Material retractilado
Abandonad toda esperanza, salmo 266º
Cuando paso por una de mis librerías especializadas favoritas, la alicantina Ateneo, compruebo que los que manejan el cotarro conocen muy bien lo que venden y les consta que los cómics no solo no son un producto específicamente creado para un público infantil, sino que en algunas ocasiones pueden ser material exclusivamente para adultos; de ahí que, muy sabiamente, opten por plastificar algunos títulos para evitar herir según qué susceptibilidades.
Últimamente he leído tres obras que seguro se encontrarán en la librería perfectamente retractiladas. Vayamos de mayor a menor intensidad, empezando por la de un autor al que probablemente habría que retractilar en sí mismo, haciéndole al plástico algunos agujeros para que pueda respirar y dejándole las manos libres para que siga pariendo las pesadillas a las que nos tiene acostumbrados. Pero vaya por delante que esto, lejos de ser un ataque virulento contra su persona, no es más que una acción preventiva por el bien de la humanidad. Les hablo de Paco Alcázar, uno de mis autores favoritos de la historieta patria actual, del que ahora se recuperan en el volumen Daño gratuito sus libros más tempranos: en ¡Escarba, escarba! presenta por vez primera a una galería de personajes que practican el sadomasoquismo, la automutilación, el canibalismo, la pedofilia y la coprofagía, entre otras lindezas, como quien va a comprar el pan. Estos temas vuelven a aparecer en Moho y Porque te gusta, aunque en esta última se atreve ya con un personaje central, una cierta continuidad entre las distintas historias y un dibujo un poco, solo un poco, más naturalista. Háganse con este soberbio libro, pero manténganlo fuera del alcance de los niños.
Quizá menos salvaje, pero mucho más provocador de lo que la población bienpensante desearía, es quien se esconde tras el seudónimo artístico de Álvarez Rabo, porque espero que lo de Rabo no sea un apellido de verdad. Este autor, que según él trabaja como dependiente de unos grandes almacenes cuyo nombre empieza por Corte y termina por Inglés, llevaba hasta hace bien poco una doble vida como creador de algunas de las historietas más incendiarias, socialmente hablando, de los últimos tiempos. Digo llevaba porque afirma haberse retirado; sea o no verdad, es buena excusa para recuperar en Rabo con almejas, primer volumen de unas supuestas "Obras incompletas", algunos de los relatos repletos de sexo escatológico y acciones reprobables que lo confirman como un heredero pasado de vueltas del genial Manolo Vázquez y que lo emparentan con Harry el Sucio: como el poli que encarnara Eastwood, Álvarez Rabo no hace distinciones entre etnias o clases sociales: él tiene estopa para repartir a todo el mundo. Y el prólogo lo firma, ahí es nada, el supuesto negro literario de Fernando Sánchez Dragó.
Algo más suave que los anteriores resulta el argentino afincado en España Darío Adanti, aunque al lector más conservador quizá no le hagan gracia personajes como el Niño Dios, Malboro Man (que debe estar pasándolo fatal con la nueva Ley Antitabaco), Beto el mimo tetrapléjico (¿cómo se les ha quedado el cuerpo?) o la familia Tostada. Toda aquella caspa radioactiva se vende como "la recopilación definitiva" de Adanti, pero espero que solo sea un paso más en una larga y fructífera carrera, mal que le pese a los adalides de la corrección política.
Daño gratuito, Rabo con almejas y Toda aquella caspa radioactiva están editados por Diábolo, La Cúpula y Glénat respectivamente.