Me alimento de plantas marchitas, insectos y pequeños animales urbanos
Es lo que hago. Elijo a alguien entre la multitud y me dedico a seguirlo durante un periodo de tiempo no preconcebido. No tengo un objetivo concreto al hacerlo. Quiero decir que no sigo un patrón establecido ni tengo un plan determinado. Elijo al azar, y solamente sé a quién debo seguir en el momento justo de elegirlo.
No saberlo un segundo antes me mantiene relajado y bajo control. No deja que me obsesione de antemano. Separa los periodos de seguimiento de los que no con una nítida y transparente barrera. Tardo semanas o meses en decidir a partir de qué día voy a realizar la elección pero nunca a quién. En los días previos a la fecha elegida vuelvo mi mundo del revés. Dejo el piso y alquilo otro. Tiro toda mi ropa y compro nueva. Cambio de corte de pelo y opto por alguna variante de barba o bigote, aunque a veces ni una ni otra. Cojo un nuevo cuaderno rayado tamaño A6 y un portaminas de 09 mm de la caja de mudanzas. Los guardo en el bolsillo interior de mi cazadora nueva y salgo a la calle. Puedo necesitar un mes o cinco minutos en elegir. No saberlo hace que mi vida no sea una simple vulgaridad. No saberlo hace que viva abierto a los pequeños pormenores del mundo y a la poesía de la arbitrariedad. No saberlo hace que el momento se presente con toda su excepcionalidad y desnudez. En ese periodo sin medida previo a la elección llego a sentirme como una liviana hoja mecida por un suave viento de otoño. Pero cuando lo sé, cuando he elegido y he tomado la decisión, y la decisión se ha convertido en una parte inquebrantable de mí, me entrego a fondo y sin limitaciones a mi trabajo. Me dedico por completo al seguimiento, las veinticuatro horas del día, sin permitirme la más mínima relajación, adaptándome a las circunstancias. Duermo en portales o en tejados si es necesario. Me alimento, si la situación se complica y debo mantener una posición de vigilancia durante días, de lo primero que encuentro a mano, me da igual que sean plantas marchitas que crezcan entre las tejas o insectos o pequeños animales urbanos. No descuido ni un segundo mi compromiso. Estudio todos los movimientos habituales del individuo elegido, su círculo familiar y de amigos, los pormenores de su trabajo. Me infiltro en sus círculos de acción utilizando disfraces o identidades falsas de antiguos compañeros de colegio o de trabajo. Investigo sus miedos y manías, su estado financiero, su situación médica, sus pasatiempos y debilidades, sus sueños y pesadillas. Consigo averiguar cosas que ni siquiera él sabe de sí. Llego a conocerlo más que a mí mismo, ya que no media el prejuicio del amor propio. Y es en ese momento cumbre del proceso, cuando la densidad y sentido de los datos llega a hacerse inconcebible y su acumulación insoportable, que ordeno todo el material en los tomos que sean necesarios durante días y noches de frenética vigilia, y después los empaqueto profesionalmente y se los entrego disfrazado de repartidor de agencia de mensajería. [Un pálpito de tristeza recorre su cara.] Ya le dije al principio que no tengo un objetivo concreto al hacerlo. Dejo que la persona elegida decida qué hacer con la información; aunque lo cierto es que la mayoría desaparecen al poco tiempo sin dejar una mísera nota ni despedirse de nadie.