Me ataron las manos a la espalda y me taparon la cabeza con un capuchón
Iba caminando por la calle, tranquilamente, cuando paró a mi lado un enorme coche negro con los cristales tintados tipo monovolumen o todoterreno, uno de esos como los que llevan los cuerpos secretos del gobierno americano y que aparecen continuamente en las películas de conspiraciones y chanchullos políticos, bajaron de un salto tres tipos con pasamontañas, me agarraron con violencia, me metieron en el interior del coche como si fuera un saco de patatas, me ataron las manos a la espalda y me taparon la cabeza con un capuchón al tiempo que oía el acelerón y notaba, con una sacudida lateral, que el tétrico vehículo salía disparado dando bandazos.
Durante el trayecto, que creo que duró unos veinte minutos, oí cómo mis secuestradores hacían breves comentarios sobre el tiempo y la fluctuación del yen, cosa que reconozco que me resultó bastante chocante. Cuando se detuvo el coche, me sacaron a empellones, cosa que consideré completamente inadecuada teniendo en cuenta mi objetiva situación de inferioridad, y me hicieron recorrer enrevesados pasadizos hasta que me obligaron a sentarme en una dura silla. Por los ecos de sus voces y pisadas, intuí que estábamos en una sala grande, quizá una nave industrial o algo así. Inmediatamente, el que parecía llevar la voz cantante empezó a hacerme preguntas extrañas, como cuánto ganaba, si me conformaba con mi situación laboral o estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ascender, cuál era la verdadera situación financiera de la empresa en la que trabajaba, qué propiedades tenía a mi nombre, qué pasatiempos practicaba, qué hacía cuando salía del trabajo y los fines de semana, cuál era mi estado de salud, si debía dinero y a quién, si algunas de mis deudas tenían que ver con usos recreativos como apuestas o drogas o prostitución... Intermitentemente, cuando yo titubeaba en alguna de mis respuestas, que era en bastantes ocasiones, uno de ellos me atizaba en el estómago. Y así estuvimos varias horas, hasta que, sin una causa que yo pudiera entender, todo el proceso inicial del secuestro empezó a deshacerse. Me arrastraron por los pasillos, me metieron en el coche, arrancó, hicieron comentarios breves sobre la entropía en el interior de los tornados y la dinámica de los bienes raíces, el coche desaceleró bruscamente sin llegar a detenerse al tiempo que abrían la portezuela, y por último me lanzaron a la calle como un saco de patatas. [Pausa.] Varios días más tarde fui a mi banco, porque tenía concertada una cita debido a que les había solicitado un préstamo para comprar una vivienda, aprovechando que ahora los precios habían descendido bastante y tenía ahorrado lo suficiente, o eso pensaba yo, para acometer la operación. Después de esperar un rato me hicieron pasar a una habitación, donde me esperaba un señor que no era ninguno de los habituales trabajadores de la sucursal. Sin abrir la boca me hizo un gesto para que me sentara, se puso a revisar algunos documentos que tenía en una carpetilla marrón, y finalmente dijo hemos estudiado cuidadosamente su solicitud, y vemos que hay algunas cuestiones delicadas... Y entonces me di cuenta: ¡era la misma voz del que estaba al frente de mis secuestradores! [Pausa.] Joder con las instituciones financieras; cada vez te hacen pasar pruebas más puñeteras para darte una mierda de préstamo.