Me dejaron sobre la cama vestida con un camisón blanco de mi abuela
Parece ser que morí sin motivo aparente el Viernes Santo y resucité el Domingo de Pascua, aunque yo no pueda asegurarlo ya que no me enteré de nada durante ese tiempo. Mi familia, que es muy tradicional, como no quería perderse las intensas celebraciones de esas fechas, me dejó en la habitación de la abuela, que había muerto unos meses antes, aunque desgraciadamente parece ser que ella no tuvo tiempo de resucitar o de al menos intentarlo, ya que mis padres la incineraron inmediatamente y no han vuelto a hablar del tema de la abuela desde entonces. [La asistenta le peina con cuidado su brillante pelo rizado de color castaño claro.]
El caso es que me dejaron sobre la cama de la abuela, y como no tenían ganas de entretenerse, me vistieron con un simple camisón largo y blanco que también era de mi abuela. Lo primero que recuerdo es que me desperté profundamente confundida y sin saber dónde estaba. Cuando reconocí el armario y el aparador estilo imitación Chippendale y me resitué espacialmente, me levanté con dificultad y salí al pasillo. Al fondo, en el salón, se oía una agradable algarabía. Cuando abrí la puerta, mi padre, mi madre y mis tres hermanos, que estaban animadamente comiendo pastas y bebiendo anís, se volvieron hacia mí y quedaron petrificados. Mi madre pareció valorar la tentación de simular un desmayo, pero después de que sus ojos giraran pasando por el blanco un par de veces, se dejó caer teatralmente sobre el sillón de tonos ocres estampado con lirios y en un estado de semitrance dijo ¡un milagro...!. [La asistenta le espolvorea el pelo con un spray dorado.] Después todo fue muy rápido. La noticia tardó solamente unas horas en aparecer en televisión. El pueblo entero vino a nuestra casa, y tengo que decir que algunos con intenciones poco amistosas. Al día siguiente por la mañana, Lunes de Pascua, y perfectamente cronometradas por mi agente de comunicación (que no tengo ni idea de dónde había salido), concedí veintisiete entrevistas de diez minutos. Por la tarde firmé contratos con Benetton, Nike, Jean Paul Gaultier, Kia y Maybelline New York, y mi hermano el mayor registró la marca Jennifer Resurrection para controlar todo el asunto del merchandising, ya que en nuestra calle, a la misma puerta de nuestra casa, empezaban a aparecer tenderetes con toda clase de productos referentes a lo que había ocurrido. El martes recibí la visita de una delegación del Vaticano. En privado me sometieron a un interrogatorio nada cortés, que afortunadamente mis abogados presentes mantuvieron dentro de unos límites legalmente civilizados, aunque fue evidente que hubo un montón de advertencias veladas, sobre todo aquel último gesto del jefe de la delegación señalándose los ojos con los dedos índice y corazón de su mano derecha muy extendidos y luego volviéndolos hacia mí. [La asistenta le prende en el pelo un pasador en forma de ángel.] Ahora es viernes y mi padre y mis hermanos van de un lado para otro con abultados portafolios y rodeados de especializados ayudantes con los que discuten todo tipo de cuestiones referentes a inversiones y usufructos sobre futuras sanaciones, mientras mi madre supervisa la construcción en el patio de una cruz que dice que es para mí, al tiempo que no para de murmurar algo así como que en esta ocasión el orden de la crucifixión, gracias Señor, no tiene por qué alterar el producto.