Me he frotado «Thrombocid Forte» y se me ha enrojecido violentamente toda la piel
Esta mañana me he despertado con un fuerte dolor de cuello, seguramente por dormir en una postura inapropiada. Al poner el pie izquierdo en el suelo he pisado de mala forma la zapatilla y me he doblado el dedo meñique. Y al andar titubeante y sin encender la luz me he golpeado la rodilla con el canto de la estructura metálica que soporta el colchón de la cama, suceso que no ha perturbado el feliz y mágicamente inquebrantable sueño de mi marido, que está en paro y se levanta más tarde.
Al encender la luz del cuarto de baño me he asustado al verme las protuberantes ojeras debido a la retención de líquidos. Me he metido en la ducha, y al ir a coger el gel he resbalado y me he dado un golpe en el hombro. Ya vestida y en la cocina me he dispuesto a exprimirme un par de naranjas, pero al intentar cortarlas por la mitad se me ha resbalado el cuchillo y me cortado en el dedo pulgar de la mano derecha (soy zurda). Afortunadamente he podido contener la hemorragia con un par de puntos americanos. Al salir de casa he descubierto que el ascensor volvía a estar averiado, y he tenido que bajar los nueve pisos a pie, con el resultado de que en el tercero he pisado mal un escalón y me he torcido el tobillo derecho. Cojeando he llegado a la calle y he recorrido las tres manzanas hasta el lugar donde estaba aparcado mi coche, para comprobar que las dos ruedas derechas estaban deshinchadas completamente; al menos en esta ocasión no estaban rajadas, como la última vez. He tomado un taxi para ir al trabajo, la Asociación para la Reinserción de Políticos en Libertad Condicional, llegando con veinte minutos de retraso, lo que me ha proporcionado un aviso por parte del subdirector (está muy irritable por el retraso de las transferencias estatales). En el aseo del trabajo me he frotado Thrombocid Forte en todos los golpes, y se me ha enrojecido violentamente toda la piel. Afortunadamente el resto de la jornada laboral ha sido normal: el subdirector solamente me ha reñido dos veces más; únicamente tres usuarios han intentado agredirme, dato estadísticamente muy pobre; al consultar mi cuenta bancaria en los cinco minutos para el café (que se me ha derramado sobre un informe importantísimo, motivo de la segunda bronca), he comprobado que las tres últimas nóminas seguían sin aparecer, pero me habían cargado dos veces la hipoteca, y me ha tocado llamar para solucionarlo (motivo de la tercera bronca). Después del trabajo me he saltado las clases de Pilates (por las violentas rojeces de piel) y me he ido directamente a casa. Curiosamente me he cruzado en la puerta con mi mejor amiga, que salía precipitadamente. A menudo, desde que perdió el trabajo, nos visita, y nosotros, y sobre todo mi marido, tratamos de servirle de apoyo moral. Al entrar en casa me he encontrado a mi marido en el sofá, sofocado y empezando a ver nerviosamente un partido de fútbol, pero yo, como estaba tan cansada, he preferido tomarme un yogur y meterme en la cama. Y al apagar la luz de la lamparilla (que me ha dado una pequeña descarga quizá debido a un mal contacto), he respirado profunda y lentamente, como hago desde que era niña, y le he dado las gracias a Dios por seguir a mi lado un día más.