Me para un tipo y me pide un euro
Me para un tipo y me pide un euro. ¿Te das cuenta? Un euro, así, sin más, sin nada a cambio, sin ofrecerme un paquete de pañuelos de papel, sin limpiarme el parabrisas, sin ningún tipo de contraprestación o servicio equitativo. Resumiendo: un acto de mendicidad puro y duro, a bocajarro.
Me lo pide, además, con lástima, sin ningún tipo de convicción, casi rogándome que no se lo dé, que no confíe en el uso que le va a dar. ¿Te lo puedes creer? Es un tipejo esmirriado que lleva unos pantalones vaqueros de variados y mohosos colores, como si hubiera cruzado con ellos el río Amazonas y el Desierto de Gobi, en ese orden y varias veces. Son unos pantalones con docenas de hilos mugrientos escapando alborotadamente de los pespuntes y agujeros, huyendo de su propio abandono, como una revolución de baja costura. Bajo la cazadora marrón en proceso de autodestrucción asoma una camiseta años atrás de color blanco o cercano a él, que ahora se adorna con irregulares manchas artística y azarosamente dispuestas alrededor del descolorido monigote del Rey Julien Lemur XIII coprotagonista de la película de animación Madagascar, que está exclamando conmovedora y descoyuntadamente ¡Yo Quiero Marcha, Marcha! De las zapatillas lo más compasivo que se puede decir es que una todavía lleva cordón. En cuanto a su cara, para que realmente te hagas una idea, tienes que imaginarte a un boxeador que al final de su carrera sufre un ataque químico, y a continuación la sanidad valenciana intenta recomponerle el rostro, con la consiguiente y controvertible reinvención de formas. Resumiendo: un mendigo cien por cien. Y tengo que reconocer que la situación me está violentando, que siento una profunda repulsión (esto quizá suene poco apropiado o políticamente incorrecto, pero reconócelo, la repulsa viene primero, sale del estómago, trepa hasta la garganta, se acomoda en el oído, te susurra asco, asco
; más tarde es cuando viene toda esa monserga autojustificante sobre los complejos y variables condicionantes sociales, psicológicos y culturales). De modo que lo que realmente deseo es largarme. Pero en un impulso irascible le increpo Y Qué Mierda Vas A Hacer Con El Euro, ¿Gastártelo En Vino Barato? Y entonces el tipejo me suelta ¡Y Dígame Usted Qué Puedo Hacer Si No! con un tono de voz que yo describiría de lastimosamente sideral. Me quedo de una pieza. Pienso que el tío, encima de que me pide un euro sin contraprestación a cambio saltándose las más elementales reglas del comercio, quiere tomarme el pelo, y no puedo evitar que se me escape un casi inapreciable gesto de ira, únicamente adivinable por la elevación de un milímetro y medio de mi ceja izquierda. Sí, no te equivocas, estoy a punto de explotar. Siento un terremoto de emociones violentas y repulsivas, y me digo que este tipejo se ha ganado con creces que le dé una buena lección, y entonces lo hago.
- ¿?
- Entro el supermercado que está allí mismo en la esquina y le compro una botella de vino Faustino I Gran Reserva.
- ¡¿
?!
- Ni inhumano ni gaitas. Alguien tenía que enseñarle que hay otras formas de vivir. Y por lo contento que se puso, creo que fue el principio de su futura y axiomática reinserción.