Me pasé el día llorando por los rincones para que el niño no me viera
Trate de imaginar usted lo brutal que fue para mí quedarme solo con mi hijo de ocho años después de perder a mi mujer debido a una terrible enfermedad, y dos semanas más tarde encontrarme soñando con ella con tal realismo y emotividad que al despertar solamente pude desear morir y acabar con mi sufrimiento de una vez por todas.
[Estamos sentados en una terracita de bar. El suave sol preprimaveral se refleja en sus gafas de sol mientras da un sorbo a su café.] Imagínese cómo pasé esa primera mañana después de soñar con ella, herido por las agónicas y traicioneras sensaciones de volver a verla como si estuviera viva y llorando por los rincones para que el niño no me viera. Y lo peor de todo es que el sueño se repitió durante las noches siguientes, destrozándome los nervios y dividiéndome emocionalmente, porque soñar con ella me dejaba apaleado para el resto del día, pero al mismo tiempo deseaba que llegara de nuevo la noche para volver a repetir la experiencia. A todo eso añada mi pánico al acostarme cada noche pensando que quizá en esa ocasión no volviera a soñar, o quizá nunca más, y me quedara otra vez devastado por la repetición de un vacío insoportable. Pero al cabo de un par de semanas me di cuenta de que la mecánica se repetía como un reloj. Me acostaba, y al poco me encontraba en esa otra exuberante realidad en la que ella y también nuestro hijo aparecían como un turbador milagro. Y ya sabe lo realistas que pueden llegar a ser esos sueños, seguro que los ha vivido alguna vez, con su desconcertante cualidad para suplantar los sentidos con total verosimilitud. Podía verla y tocarla y besarla como si nada malo hubiera ocurrido. [Enciende un cigarrillo, y el humo se refleja en sus gafas oscuras.] Pero, aunque en el sueño reiniciamos con todos sus detalles nuestra anterior vida de familia, empecé a tener sensaciones extrañas. Obviamente, yo me sentía feliz con la situación, pero sin embargo ella parecía inquieta, e incluso huidiza. Parecía que se sintiera obligada a complacerme para no defraudar aquella curiosa segunda oportunidad, pero que en el fondo todo el asunto le resultara un poco fastidioso. Así pasaron varias semanas en el sueño, ella volcada cada vez más en montones de tareas y compromisos personales como sus clases de idiomas o de piano, y yo pasando mucho tiempo cuidando de nuestro hijo o simplemente solo. Hasta que un día (bueno, en realidad una noche hablando desde este lado), ella me dijo que ya no quería seguir conmigo. Pensé que era un aviso del subconsciente intentado decirme que debía superar su muerte y dejarla ir para siempre y todo eso, pero no, lo cierto es que me pidió el divorcio categóricamente, y más tarde me enteré de que estaba enamorada de su profesor de piano. [Se quita las gafas de sol y unos ojos cansados se entornan para atenuar el suave sol.] De modo que a este lado llevo una vida de viudo y padre responsable, y en los sueños, que testarudamente continúan cada noche, de divorciado responsable con hijo. [Apaga el cigarrillo aplastándolo con circunspección.] Sí, puedo asegurarle que la muerte no es el final; y que a veces los sueños ofrecen una segunda oportunidad, pero no necesariamente para los que los sueñan.