Me pidió que me casara con él poniéndose de rodillas como en las películas
Hace unas semanas me pidió que me casara con él. Era noviembre, pero casi parecía Navidad, porque nevaba sobre la plaza donde está la tienda de comestibles de mis padres. Casi nunca nieva aquí, pero ese día nevaba. [Son las tres de la madrugada. Está sentada en un banco del jardín de la residencia geriátrica, simplemente vestida con un camisón azul y descalza. Nieva silenciosamente.]
Él tiene veintidós años, cuatro más que yo, pero eso no nos importa. Queremos estar juntos toda la vida, y vamos a estar juntos toda la vida. Me pidió que me casara con él poniéndose de rodillas, como en las películas americanas. Le dije que sí. Le digo que sí, pero que no podemos esperar al verano para casarnos, como es su idea, porque en marzo mis hermanos mayores le van a dar una paliza y lo van a matar. Mis hermanos tienen ideas estrechas. No le perdonan ser hijo de un perdedor. Creen que nuestro matrimonio es una deshonra. [La nieve sobre el camisón va desmigajándose y se filtra hasta su piel.] Me dice que no le importa que le maten, que de todas formas nos casaremos y tendremos muchos hijos y envejeceremos juntos muy felices, y que ya encontraremos la manera de que sea así. [Se levanta y pasea despacio bajo la nieve, parando de vez en cuando para subrayar algunas palabras.] Quedo con él en el almacén de la tienda de comestibles a las once de la noche del día 16 de marzo de 1945. Qué más da si fue ayer o será mañana. Llevo toda la vida acudiendo a esa cita. Queremos irnos lejos aprovechando la noche. Él me dice que tiene miedo. Y yo le creo, pobre, porque sé lo que le va a pasar. Siempre lo sé. Sé que aquella noche abandonamos nuestra pequeña y provinciana ciudad y nos fugamos juntos, eternamente, aunque antes mis hermanos nos descubrieron y le dieron una paliza y lo mataron. [Los numerosos mechones de pelo completamente mojados se le pegan a las mejillas aniñándole el semblante. El camisón está apelmazado por el agua.] Estamos saliendo por la puerta de atrás del almacén de la tienda de comestibles de mis padres, y mis hermanos nos sorprenden. Le empujan al interior del almacén. El primer golpe en la cabeza con la barra de hierro mata a nuestro primer hijo. El segundo golpe mata a todos los demás, no sé cuantos hijos llegaron a ser. [Entra en la residencia por la discreta puerta del pasillo de atrás y camina por él dejando un serpenteante rastro de agua.] Él cae al suelo, se queda inmóvil, y una mancha de sangre le dibuja una aureola deforme alrededor de la cabeza. Mis hermanos siguen golpeándole, y como están tan concentrados no se dan cuenta de que él se levanta, me coge de la mano, y salimos corriendo hacia aquí, hacia ahora, revolviendo el tiempo y mezclándolo todo. [Entra en su habitación y se mete en la cama. El agua pegada a su cuerpo la abraza con la fuerza de una vida comprimida en muchas otras posibles vidas.] Me va a buscar, ayer o mañana, y me va a pedir que nos casemos. Le diré que sí, le digo siempre que sí, pero también le digo siempre que nos casemos ya, antes de que la terca historia nos descubra y otra vez nos alcance. [Su cuerpo dentro de la cama, como un anciano molusco enfermo, poco a poco se va enfriando.]