Testimonios dados en situaciones inestables

Me pinzaba la carne y pasaba días enteros irradiando dolor

Voy a hablar de mí de una vez por todas, ¿vale? De lo que me hago para fingir que soy merecedor de la palabra Persona, de cómo estiro esto que llamamos ser humano para fingir que quiero ser mejor, que quiero ser puro, que quiero ser digno de vosotros. Y sé que vosotros vais a poner caras contraídas para escucharme, porque deseáis fervientemente comprenderme y respetarme y apoyarme, y que al final tendréis bellas y sabias palabras para consolar mi alma atormentada.
Pero esta vez no os pido eso. Esta vez quiero que finjáis sorpresa, que aparentéis estar profundamente contrariados y abatidos, porque será una actitud más coherente con lo que voy a contaros: el testimonio de un hijo destruido por el amor. Consideradlo mi regalo de Navidad.
[Pausa]
Una cosa tenéis que reconocer (o deberíais reconocer, aunque no creo que lo hagáis): ninguno de nosotros estaba preparado para el amor. Ninguno de nosotros ha sabido nunca cómo encajar realmente las piezas del afecto. Vosotros siempre habéis creído que hacías lo correcto y que todo iba (o iría al final) bien, y que yo estaba (siempre, como una realidad no definitiva, como un Work in Progress eternizado y elocuente por su reiteración) en el camino correcto. Vosotros cometisteis el error de convertirme en el objetivo de vuestro fantástico programa de amor progresista y bienintencionado. Un programa cegado por la idea del bien universal, de la razón, del diálogo, de la comprensión, del crecimiento personal, de la libertad para equivocarse, del sentido de la responsabilidad individual, del amor como canalizador de las fuerzas naturales de las personas, lleno de besos y abrazos inesperados y caóticos, enervantes, pero al mismo tiempo armados como castillos por la opresiva teoría del amor. Vuestro programa perfectamente estructurado para crear (o dejar que se creara por sí solo, como preferís pensar) un ser humano preparado para afrontar la compleja realidad interior y exterior del mundo, menospreciando el mal que habita en él. Yo tan solo debía dejarme moldear por vuestro programa de amor como si fuera una pasta anhelante de cariño, un barro original destinado a convertirse en una figura pura y cristalina, un faro de buenos sentimientos. Pero nunca contasteis conmigo. Me inundasteis de un amor informe y descomunal, imposible de digerir, imposible de corresponder, imposible de saldar. Cuanto más me aplastabais con vuestro amor de dimensiones fantásticas y desconcertantes, remendado de reglas puramente literarias, más caía yo al lado contrario, más pequeño me sentía y más os odiaba. Y más deseaba que me odiarais. Empecé a hacerme cortes en los antebrazos para dejar escapar el dolor. Me pinzaba la carne en lugares donde nadie podía verlo y pasaba días enteros irradiando dolor, anónimamente. La gente (vosotros incluidos), sin saber nada, interpretaba mi actitud como sincero recogimiento, como la expresión íntima de la humildad, del autoconocimiento. Pero yo solo deseaba generar dolor. Ser dolor.
[Pausa]
Ahora he llegado al final, y vais a dejar de amarme. Ahora sé cómo devolver el préstamo, y cómo hacer que me odiéis por hacerlo. Porque voy a apretar el gatillo. ¿Lo veis? Me pongo la pistola en la sien y… Vais a conseguirlo. Vais a conseguir que os lo devuelva todo. Vuestra obra se consuma. Consideradlo mi regalo de Navidad.

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