Me propuse volver al cole con la determinación de mejorar hasta la perfección
Así soy yo, perfeccionista y desinteresado y loco por progresar y dispuesto a ayudar a los demás con sus problemas e imperfecciones, por eso este año me propuse volver al cole con la firme determinación de superarme y ser mejor y humildemente ayudar a mis compañeros con sus dudas y sus molestas incorrecciones académicas o vitales y a los profesores con su abnegada y dura tarea de instruirnos y educarnos para intentar convertirnos en personas útiles (a pesar de que a menudo están sobrepasados y de los nervios por tan alta responsabilidad y por las continuas y despiadadas demandas de padres y gestores políticos, y por eso casi todos arrastran esas expresiones de pozos secos y de ganas de tirarse desde el tejado del cole después de cometer un genocidio terapéutico).
Este año estaba sinceramente dispuesto a redoblar mis esfuerzos para perfeccionar los sistemas de control y mejora que a principios del pasado año escolar creé y propuse al director (que gentilmente accedió a que los pusiera en marcha pensando, creo yo, que sería una buena forma de incentivar mi inquieta inclinación a ayudar y de paso conseguir un beneficio para toda la comunidad educativa de mi colegio), como por ejemplo la base de datos que a lo largo de todo el año se pudo consultar en internet o en las impresiones tamaño doble folio que colgué en el tablón de anuncios del pasillo y que actualizaba a diario con los nombres y apellidos de todos aquellos alumnos, profesores, empleados de mantenimiento y padres que cometían errores y negligencias por dejadez o fatiga o falta de estímulos adecuados. En la base de datos no me limitaba a anotar detalladamente el error cometido por el sujeto nominal (que, llevado por mi meticuloso espíritu de ayuda, eran desde errores relacionados con las maneras de hablar y moverse por el centro hasta las formas de portar uniformes y ropas de diario -en el caso de profesores y padres- o de trabajo -en el caso de las limpiadoras y el conserje-, pasando por los cortes de pelo de cada uno -tanto por cuestiones de higiene y decencia como por la inevitable cuestión estética- o la organización del tiempo y las herramientas de cada cual en la realización de sus tareas), sino que añadía desinteresadamente (nadie me obligaba a hacerlo) cuál era la forma adecuada de corregir dichas negligencia o desgraciados deslices, y lo hacía, además, intentando ser cercano y campechano utilizando los cariñosos motes que todos conocíamos de los demás, como patata voladora o pelota de carne amorfa. Pero no solo me limitaba a anotar todo eso en la web o en las impresiones tamaño doble folio, sino que, amablemente y con la mejor de mis sonrisas, me presentaba personalmente delante de cada uno de los interesados para recordarles todo aquello que tenían que tener en cuenta para mejorar y ser personas coherentes y ejemplares y por supuesto más útiles. Este año estaba dispuesto a eso y más, por eso no termino de entender que el primer día un comité compuesto por alumnos y profesores y empleados de mantenimiento y representantes de la asociación de padres me esperara en la puerta del centro educativo y me llevara a una sala aparte y me dijera que no había plazas y que tenía que irme a otro colegio y que todos lo sentían pero que no había otra opción y que me diera la vuelta y ni se me ocurriera abrir la boca.