Mejor vicioso que viciado
Abandonad toda esperanza, salmo 456º
No sé si ya les he comentado en alguna ocasión lo mucho que me marcó durante mi adolescencia un texto que afirmaba que ver seguidas Drácula de Francis Ford Coppola (que el firmante del comentario consideraba una obra maestra sin paliativos) y En nombre de Caín de Brian de Palma (para el susodicho, un bodrio infumable) venía a ser una lección magistral que para sí quisiera cualquier universidad o escuela de cine de prestigio. Sin entrar a valorar ambas películas, nunca he cuestionado la valía de dicha comparación; y es más que posible que ir al cine estos días y montarse un programa doble con los nuevos trabajos de dos cineastas con bastante predicamento entre la crítica (adelanto que, a mi parecer, ganado a pulso en ambos casos) resulte semejante a otra lección sobre cine verdaderamente impagable. Sobre todo, porque ambas cintas transcurren en la ciudad de Los Ángeles y porque las dos retratan (una directamente, la otra de refilón) el mundo de Hollywood.
La primera en llegar a nuestras salas fue Maps to the Stars, nuevo film de David Cronenberg, antaño maestro del fantastique hoy reconvertido en autor de películas difíciles de encasillar en un género concreto y que se pasean con éxito por los festivales especializados de todo el mundo. Sin duda un gran cineasta durante ambas etapas, en este su nuevo trabajo el director de Inseparables propone junto al guionista Bruce Wagner un vitriólico discurso (entiéndase el término en su acepción más peyorativa, la de doctrina) que muestra a Los Ángeles como una nueva Sodoma que, lejos de ser destruida, se mantiene aparentemente firme... aunque en su corazón albergue la podredumbre de la vanidad, el incesto, la codicia y el asesinato. En esta propuesta, a mi parecer descompensada en cuanto a la relación entre sus protagonistas y superficial en su análisis de la superficialidad, solo destaca una espléndida Julianne Moore que no justifica por sí sola la sobredosis de oropel. Por añadidura, al atreverse a jugar en la misma competición que otras cintas sobre Hollywood como Sunset Boulevard o Mulholland Drive, estas verdaderas obras maestras, el viciado film de Cronenberg solo puede salir perdiendo.
El otro estreno ambientado en la gran urbe californiana es Puro vicio, el esperado nuevo trabajo de Paul Thomas Anderson. Responsable de una obra escueta (siete títulos en menos de veinte años de carrera) pero de un nivel mayúsculo (según la crítica internacional más de la mitad de su filmografía son obras maestras incuestionables), factores estos que lo emparentan con su idolatrado Stanley Kubrick, el amigo PTA se descuelga ahora con una adaptación de la novela de Thomas Pynchon (otro prodigio de la postmodernidad estadounidense, aunque en el ámbito de las letras) ambientada a comienzos de la década de los 70. Vaya por delante que es totalmente imposible dar buena cuenta de todas las capas narrativas y lecturas posibles del film en un primer visionado y en una columna de estas dimensiones, pero ahí van algunas ideas al respecto: en la que es su cinta más política hasta la fecha, incluso por encima de Pozos de ambición, y la más divertida también (la comedia Embriagado de amor me parece el único trabajo decepcionante de su autor), Anderson deconstruye el relato detectivesco tradicional un poco a la manera de Robert Coover en su novela Noir, y sigue los pasos de un investigador privado (al que da vida un Joaquin Phoenix portentoso y presente en casi todos los planos de un film que dura dos horas y media) en pos de un individuo desaparecido por un país cuyo gobierno (encabezado por un Richard Nixon a las puertas de la dimisión) ha logrado con sus políticas unir a moteros neonazis y Panteras Negras en un frente común. El resultado es un relato hipnótico que, prerrogativa exclusiva de la narrativa estupefaciente, reflexiona sobre la propia narratología sin violentar la credibilidad interna de la historia ("Sabe cosas de nosotros que ni nosotros mismos sabemos", dice un personaje de otro que ejerce de narrador); al mismo tiempo que nos cuenta, una vez más, una historia de amor peculiar, extraña e incomprensible... como debieran serlo todas las historias de amor inventadas con voluntad de resultar creíbles.
Opino que, en líneas generales, a la hora de conmover (y por tanto convencer) al espectador inteligente la sutilidad es mucho más efectiva que el trazo grueso. Es en este punto donde el joven cineasta le gana la partida al viejo maestro: desde su misma concepción, Maps to the Stars enarbola la bandera de sátira descarnada y sin concesiones, imponiendo al respetable una única interpretación sin matices y que, además, origina unas expectativas si se quiere abstractas pero que precisamente por eso resultan difíciles de satisfacer. En cambio, Puro vicio se viste de divertimento (neo)noir repleto de personajes colocados, secuestros, cultos anticomunistas y conspiraciones paranoides de esas que tanto gustan a Thomas Pynchon, y donde no falta ni siquiera la amenaza oriental en forma de barco fantasma; un cóctel (de drogas diversas) explosivo que hay que consumir con atención para captar algunas de sus muchas sugerencias.
Pero todavía hay una baza más a favor del equipo formado por Anderson y Pynchon en perjuicio del tándem Cronenberg & Wagner: donde los primeros recurren a un protagonista que, dejando a un lado sus indudables defectos y numerosos vicios, no puede menos que caer simpático al espectador gracias a su desinterés por lo material, su fidelidad a los suyos (incluyendo a una ex novia problemática y un policía antagónico, lo que no es poco) y su apego a los sentimientos, los segundos nos ofertan un retablo de personajes antipáticos cuando no directamente despreciables dada su total carencia de empatía con sus semejantes. De hecho, no resulta difícil ver entre fotogramas como quien lee entre líneas a un altanero Cronenberg riéndose (por dentro) de sus personajes mientras ejerce de entomólogo como lleva haciendo desde sus primeros trabajos (mucho peor filmados pero menos engolados que este). En cambio, el sinvergüenza de Anderson se ríe (por fuera) no de, sino con su Philip Marlowe en clave hippy, al que la paranoia confiere una perspicacia especial, pero que habría resuelto el caso mucho antes si hubiese seguido las primeras pistas sin tantos circunloquios. En resumidas cuentas: que servidor es de los que piensan que hasta en la sátira más despiadada tiene que haber un resquicio de identificación con el público para que aquella funcione. Llámenme romántico si quieren, o vicioso si lo prefieren.
Maps to the Stars y Puro vicio se proyectan en cines de toda España.