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Abandonad toda esperanza, salmo 498º
Ya les avisé la semana pasada: toca volver a hablar de cine. De hecho, toca volver a hablar de películas más o menos biográficas, o al menos basadas en hechos reales y centradas por tanto en personajes que fueron o incluso son hoy personas de carne y hueso. Abramos boca con la que lleva más tiempo en cartelera pero que, dado el tirón de su director y su protagonista, así como las seis nominaciones a los Oscar que ha recibido (incluida la de mejor película del año), encontrarán sin problema en varias salas de la provincia. Me refiero a El puente de los espías, cuarta colaboración entre el realizador Steven Spielberg y el actor Tom Hanks después la espléndida Salvar al soldado Ryan, la fascinante Atrápame si puedes y la decepcionante La terminal. En esta ocasión, el director de La lista de Schindler vuelve a ponerse serio para ofrecernos otra lección de cine alejada del concepto del séptimo arte entendido como espectáculo; una manera de concebir las películas que, por otro lado, tan bien se le da y tantas alegrías nos ha supuesto a los amantes de la ciencia ficción (pienso en Encuentros en la tercera fase o Minority Report más que en E.T.) o el cine de aventuras (Tiburón y la serie de Indiana Jones, claro). Este su trabajo más reciente, dirigido en todo momento con la maestría esperable, cuenta con dos partes bien diferenciadas: la primera, una suerte de drama judicial que sirve para reflejar la sociedad norteamericana de los últimos años cincuenta y primeros sesenta; la segunda, un relato de espionaje centrado en los negocios que se ven obligados a mantener Estados Unidos, Rusia y Alemania para proteger sus respectivos secretos de estado. Pese a poder compararlo con el universo del mucho más cerebral novelista John le Carré, el libreto escrito por Matt Charman y los hermanos Coen no pierde de vista en ningún momento el drama humano, pero se cuida muy mucho de no ser excesivamente maniqueo, y le ofrece en bandeja al actor Mark Rylance la posibilidad de construir un personaje que debería valerle la estatuilla al mejor actor de reparto si la nostalgia no inclina la balanza en favor de Sylvester Stallone, de nuevo en la piel de un Rocky Balboa esta vez sexagenario. En resumidas cuentas: posiblemente estemos ante la mejor película de Spielberg desde aquella obra maestra que fue Munich, y eso que War Horse y Lincoln no eran precisamente medianías.
Sigamos con el nuevo trabajo de un antiguo socio de Spielberg, Robert Zemeckis, director al que aquel produjo sus primeros trabajos: las comedias Locos por ellos y Frenos rotos, coches locos, la maravillosa trilogía de Regreso al futuro y la no menos magnífica ¿Quién engañó a Roger Rabbit?. Ahora, como ya hiciera en Náufrago o El vuelo, el que antaño fuera protegido del rey Midas de Hollywood se pone tan serio como su maestro (o casi) y en El desafío (The Walk) recupera la figura del francés Philippe Petit, que en 1974 logró culminar con éxito su propósito de caminar sobre un cable suspendido en el vacío entre las hoy desaparecidas torres del World Trade Center. Dicha proeza centró el relato de Man on Wire, Oscar al mejor documental en 2008, y ahora protagoniza esta cinta de ficción que por lo visto ha gustado bastante menos a los miembros de la Academia: no ha recibido ni una sola nominación, pese al buen hacer de Zemeckis tras la cámara y del actor Joseph Gordon-Levitt recreando al Petit de aquel momento, acento galo incluido. Eso sí: los quince minutos que reflejan la hazaña del protagonista resultan particularmente creíbles, y por tanto no son aptos para espectadores con vértigo.
De postre, terminamos con el estreno más reciente, y que pese a la coincidencia de título no hay que confundir con aquella producción fantástica de Ridley Scott con Tom Cruise y un unicornio. Esta Legend es un biopic parcial de los temibles hermanos gemelos Kray, que controlaron buena parte del crimen organizado del Londres de los años sesenta gracias a sus métodos expeditivos, mientras la modelo Twiggy suponía un cambio radical en la estética de la pasarela y Antonioni rodaba Blow Up. Esta historia ya la contó en 1990 el director Peter Medak en Los Krays con los hermanos Donald y Gary Kemp, de la banda Spandau Ballet, en su faceta actoral. También la ha contado recientemente la cinta The Fall of the Krays, estrenada en Reino Unido pero inédita por estos lares. En cuanto a la sí estrenada Legend, el que la cuenta aquí es Brian Helgeland, que como director vuelve a mostrarse mucho menos inspirado que cuando se limita a ser guionista, si bien en las magistrales L.A. Confidential y Mystic River contó con la baza de partir de novelas de James Ellroy y Dennis Lehane (la primera, soberbia; la segunda, como poco efectiva) y el trabajo tras las cámaras de Curtis Hanson y el maestro Clint Eastwood. En esta ocasión, Helgeland ha contado con un único actor, el ascendente Tom Hardy, dando vida a Reggie y Ronnie Kray; su trabajo es quizá lo más destacado de una cinta quizá demasiado deudora del cine del sobrevalorado Guy Ritchie y muy especialmente de la obra de Martin Scorsese (ojo a la selección de temas musicales de la época), y que sin aportar nada nuevo ni particularmente brillante, simplemente se deja ver. Por tanto, si quieren disfrutar del mejor acercamiento a la figura de los Kray, aunque sea de modo tangencial, y a la faceta criminal del Swinging London, tendrán que hacerse con las tres novelas de Jake Arnott que no me canso de recomendar; muy especialmente la primera, Delitos a largo plazo, incontestable obra maestra del género negro. De nada.
El puente de los espías, El desafío (The Walk) y Legend se proyectan en cines de toda España.