Mi padre cogió Crimen y castigo y sacó de dentro una pistola semiautomática
Estábamos mi padre, mi hermano de diez años y yo sentados a la mesa, a media luz. Mi madre entró en el comedor llevando con ambas manos una bonita tarta con velas, se dispuso a dejarla suavemente sobre la mesa, y de repente la hizo saltar por los aires e intentó cortarle el cuello a mi padre con un cuchillo que ocultaba en su mano derecha. [Juguetea desganadamente con el teléfono móvil sin levantar la vista de su pantalla. Su postura en el sillón sintetiza un montón de tópicos sobre los adolescentes.]
Mi padre esquivó el golpe con un movimiento de cabeza hacia atrás, pero mi madre volvió a intentarlo con varios bandazos, que mi padre evitó bamboleando la cabeza en una sincronizada coreografía, y después cogió su parte de la mesa con las dos manos y la empujó hacia arriba con fuerza volcándola como una barrera, provocando que toda la cubertería se desparramara y haciendo retroceder a mi madre unos pasos. Yo cogí del brazo a mi hermano, que estaba intentando cazar en el aire algún trozo de la aparentemente deliciosa tarta, lo levanté de la silla y retrocedimos unos metros de seguridad. Mi hermano puso cara de fastidio por no cazar la tarta al vuelo, justo en el momento en que mi padre se sacaba como un rayo el cinturón de su pantalón y se lanzaba sobre mi madre e intentaba hacerle una llave trasera con ahogamiento, pero mi madre forcejeó y se liberó volteando a mi padre por el penumbroso espacio del comedor y haciéndolo caer de espaldas sobre una silla, que se rompió en mil pedazos. A continuación saltó hacia él con la intención de hincarle en la cabeza el cuchillo que aún llevaba, pero mi padre rodó un segundo antes de que el cuchillo se clavara en la tarima y se escabulló como una anguila reptando hasta la librería de caoba, cogió como un relámpago Crimen y castigo, sacó de dentro una pequeña pistola semiautomática y se puso a dispararle a mi madre, que con una rectificación vertiginosa evitó las balas ocultándose detrás de la mesa volcada. Hubo un momento de quietud, en el que mi padre esbozó una leve y cáustica media sonrisa, y en el que mi hermano hizo el gesto de querer coger un trozo de tarta del suelo, que yo le impedí con tedio reteniéndole del brazo. De repente mi madre salió velozmente por un lateral de la mesa y corrió por la pared como en un efecto especial de cine mientras mi padre volvía a dispararle, pero ella iba tan rápida que los impactos marcaban su recorrido aunque con retraso, hasta que cayó sobre mi padre quedando a horcajadas sobre su pecho y brazos e inmovilizándolo. Mi padre intentó hacer un último y forzado disparo con su brazo apresado, pero se había quedado sin balas. Mi madre sonrió con malicia unos segundos, respirando agitadamente, y después se puso a besar a mi padre como una salvaje. [Se oye el aviso de llegada de un mensaje en su móvil.] Todos los aniversarios de boda es lo mismo. Es lo que hay que aguantar por ser hija de dos agentes especiales secretos. [Lee el mensaje con cansada resignación y lo señala.] Y luego está la manía enfermiza que tienen de celebrarlo viajando de incógnito a algún lugar peligroso y después mandarme mensajitos para ver si lo averiguo. [Pausa.] Este año están en los Altos del Golán, me juego la Wii con el We sing pop.