Mi padre me sentó en una silla y me dijo que me estuviera callado
¿Es para un estudio? Porque si es para un estudio o experimento o cualquier estadística de esas que tanto se llevan ahora, no sé qué puedo yo contarles que les sirva. Mi vida, hasta ahora, no ha tenido mucho de especial. A ver, deje que haga memoria. Bueno, sí, puedo contarles una cosa, pero no sé si les servirá para al algo.
Es un suceso de hace mucho tiempo que no tengo ni idea de qué significa, aunque a veces todavía pienso en él. Ocurrió el día que yo cumplía diez años. Durante la cena, mi padre (entonces mi madre ya hacía unos cinco años que había muerto de un cáncer de páncreas; mi padre hace ahora unos tres que murió de un ataque al corazón) me dijo Vamos A Ir A Un Sitio, y siguió sorbiendo la sopa con su semblante impertérrito de orondo y honorable abogado. Cuando terminamos, nos vestimos de domingo, como si fuéramos a misa, y nos montamos en el viejo pero señorial mercedes. El viaje duró más de una hora, y durante ese tiempo mi padre no dijo ni una palabra. Solo la radio, a un volumen muy bajo, rellenaba los huecos del incómodo silencio que el ronroneo del motor subrayaba. Cuando llegamos al misterioso sitio, vi un chalet grande y vulgar rematado por tubos fluorescentes de colores. Quizá había algún cartel con un nombre o algo parecido, pero yo no lo vi. Por lo demás, no tenía ni idea de dónde estábamos. Todo el trayecto había estado pensando que mi padre me llevaba a algún sitio para darme una sorpresa o hacerme un regalo con motivo de mi cumpleaños, pero lo cierto es que él nunca hizo ningún comentario al respecto, ni antes ni después. Entramos al chalet, y lo que había allí dentro se parecía mucho a un bar, pero más oscuro. Había hombres y mujeres sentados en mesas, y ellas iban ligeramente vestidas. Ya saben qué tipo de lugar era aquél, ¿no? Pero yo entonces no tenía ni idea. [Pausa.] Una rolliza mujer algo mayor saludó a mi padre como si lo conociera de toda la vida, y poco después fuimos los tres a la parte de atrás, a una habitación grande y extravagante, decorada como del siglo XIX. Mi padre cerró la puerta tras él, me sentó en una silla que miraba hacia la enorme cama con dosel y gasas rosáceas, y me dijo que me estuviera callado. Al instante estaban desnudándose los dos. Yo estaba paralizado: nunca había visto desnudo a mi padre. Y ella parecía un enorme montón de carne arrollada por la ley de la gravedad. Empezaron a besarse y a toquetearse, de rodillas sobre la cama, y vi el miembro de mi padre, aunque no quería verlo. Era una cosa indescifrable. Al poco, él estaba sobre ella y resoplaba y gruñía como nunca lo había visto hacer. Parecían dos hipopótamos peleando. Al final, soltaron varios gritos histéricos y se quedaron quietos, respirando acompasadamente. Unos minutos después mi padre se vistió y me dijo Da Las Gracias A La Señora Y Di Adiós. Lo hice como un autómata aterrado, y volvimos a casa sin que ninguno de los dos dijera nada más. [Pausa.] Y nunca volvimos a hablar de aquello. [Traga saliva.] Díganme. ¿Creen que mi padre quería comunicarme algo con aquello? ¿O creen que los padres también hacen cosas que no significan nada?