Mi sombra parecía actuar quebrantando ligeramente los límites de las leyes físicas
Yo soy un hombre solitario, ordenado y tranquilo, que hasta hace un mes llevaba una vida normal. Vivía completamente entregado a mi rutinario trabajo de administrativo en una compañía de seguros, sin familia ni actividades ociosas, salvo el seguimiento en televisión de algunos concursos culturales y la lectura de enciclopedias técnicas. Pero hace poco más de un mes empecé a tener sensaciones extrañas con mi sombra, y a percibir que algo iba mal entre mi ella y yo.
Como es lógico, la correspondencia entre un cuerpo y su sombra está determinada por un montón de leyes científicas, y lo esperable es que la interactuación de una sombra con el cuerpo que la proyecta se atenga a la dinámica que esas leyes imponen. Pero mi sombra parecía actuar quebrantando ligeramente los límites de esas leyes. Al principio eran detalles casi imperceptibles: algunas veces se movía con un retardo de unos milisegundos; o su color gris aparecía sutilmente diferente al que debería ser de acuerdo a las condiciones ambientales; o su posición resultaba geométricamente inconsistente en cuanto a los vectores que se producían al interponer mi cuerpo entre una fuente de luz y ella. Pero una mañana la discordancia terminó manifestándose claramente. Sonó el despertador. Lo detuve y encendí la luz de la lamparilla de la mesita de noche. Me levanté con los ojos prácticamente cerrados y fui al baño. Encendí la luz y me miré en el espejo, e inmediatamente me di cuenta de que algo no iba bien. Instintivamente regresé a la habitación, y entonces vi a mi sombra tumbada en la cama, en la posición inicial que la luz de la lamparilla la había sorprendido, ocupando el lugar que siempre queda vacío a mi derecha. Se movió ligeramente, como si me mirara, y después se levantó despacio, yo diría que apesadumbrada, y se colocó detrás de mí, en el lugar que lógicamente le correspondía, pero lo hizo sin disimulo, sin tratar de ocultar el suceso al que habíamos asistido. A partir de ese día mi sombra me acompañaba con algo así como desagrado o desánimo. Durante las semanas siguientes percibí con claridad que ella necesitaba hacer un gran esfuerzo para mantenerse dentro de los límites que le asignaba su naturaleza, y también que algo en su interior estaba degradándose como un tejido expuesto a las inclemencias de un tiempo milenario. Pero esta mañana todo el asunto se ha precipitado. Cuando me he levantado, ella no ha hecho el más mínimo gesto de acompañarme y se ha quedado tumbada en el lado derecho de mi cama, acurrucada como un fardo. Con la intención de dejarla descansar, y aprovechando que es sábado y no tengo que ir al trabajo, he salido de la habitación y he cerrado la puerta con cuidado. Después he realizado mis tareas habituales del sábado por la mañana: desayuno y limpieza semanal. Cuando he terminado, un par de horas más tarde, he regresado a la habitación para ver cómo estaba, y me la he encontrado extrañamente inmóvil. La he tocado para comprobar no sabía qué, y mi sorpresa ha sido que no reaccionaba. Parecía muerta, si es que algo así es posible. Me he quedado un rato mirándola, y de pronto me he sentido realmente solo por primera vez en mi vida. Después la he plegado con delicadeza, apenas pesaba un puñado de humo, y la he guardado en el cajón de la mesita, bajo mis pañuelos de tela, mientras intentaba imaginar y comprender, aterrorizado, cómo voy a acostumbrarme a este nuevo estado de las cosas.