Mientras hablamos acerca de la degradación de la juventud y la mezcla de razas
Si el clima lo permite, mi madre y yo salimos casi todos los días a pasear. A media mañana cerramos la puerta de casa y, yo detrás de ella, empujo su silla de ruedas con un ambivalente sentimiento de agrado y hastío.
Porque sé que en su estado necesita mi ayuda para poder salir y jugar con la agradable casualidad de cruzarse con viejos conocidos y ver escaparates y realizar la pertinente diseminación, pero también es cierto que le gusta salir arreglada con elegancia y meticulosidad, y claro, yo tengo que ayudarla con todo el proceso, lo que significa que la tengo que bañar, lavarle el cabello, secárselo, peinarla, maquillarla, disponer la ropa adecuada, vestirla, sentarla en la silla de ruedas y, sobre todo, preparar la caja con los especímenes que ha elegido para esa ocasión y ponérsela en el regazo. [Prueba la flexibilidad de unas largas pinzas con su mano derecha.] Como vivimos a las afueras, le gusta que cada vez variemos el trayecto y nos desviemos caprichosamente por calles secundarias sin marcarnos un objetivo final. Rara vez pasamos por el mismo sitio, ya que esta es una ciudad grande y urbanizada de forma compleja y asimétrica, lo que nos permite ir construyendo un itinerario impredecible y sorprendiéndonos con el descubrimiento de nuevos y diferentes pasajes y rincones. Dice que la clave del disfrute está en la improvisación y la demora, si no cada día sería previsible y aburrido, y perdería todo el interés por salir y ver gente y escaparates y decidir dónde realizar la diseminación. [Abre la tapa de cristal sin dejar de observar el movimiento de varios especímenes.] De modo que paseamos un par de horas, yo empujando su silla, mientras hablamos animadamente del programa de televisión que vimos la noche anterior o de sus preocupaciones acerca de la degradación de la juventud y la mezcla de razas. Mi madre es, a pesar de sus sesenta y ocho años, una mujer muy implicada en el devenir de la sociedad. Le gusta escuchar las tertulias radiofónicas y televisivas, lo que hace con verdadero interés y realizando perspicaces y sinceros comentarios. Mi madre dice que cada uno de nosotros debe intentar, en la medida de sus posibilidades y creencias, hacer lo que sea necesario para que este mundo sea un lugar mejor. [Mantiene la tapa levantada con la mano izquierda y sigue hablando a la vez que introduce las pinzas muy despacio.] En un momento dado, y llevada por una cantidad de factores que nunca trato de comprender del todo (para eso es su entretenimiento o misión o contribución al moldeado de la realidad), mi madre decide que ese es el lugar adecuado, coloca la caja a un lado de la silla, y la abre y vacía con mucho cuidado asegurándose de que las arañas, siempre de especies muy venenosas, alcancen lugares seguros. [Con escalofriante habilidad cierra las pinzas capturando una araña peluda e intimidante.] Al día siguiente, durante el desayuno y antes de recomenzar todo el proceso, escuchamos la radio y leemos la prensa mientras especulamos maliciosamente sobre si las diseminaciones de días anteriores habrán producido algún efecto. En cualquier caso, mi madre dice que para ella es importante no saberlo, ya que podría dejarse llevar por debilidades y crearse nocivas preferencias, lo que pondría en peligro la filantrópica pureza de su aportación para una nueva sociedad.