Mis pensamientos
El otro día escribí en una servilleta de papel un pensamiento que me salió, creo yo, redondo. Para ser sincero, lo que salió redondo fue un recuerdo, pero a lo mejor ni siquiera me tomé la molestia de pensarlo. Al caso: intentaba atrapar un recuerdo y peleaba inútilmente por conseguirlo. Una y otra vez, el recuerdo se escabullía y la angustia me resultaba muy familiar. Muchas noches, mientras intento conciliar el sueño, me viene a la cabeza un asunto urgente y por no hacer un esfuerzo de levantarme invento trucos nemotécnicos que me permitan recuperar el tema a la mañana siguiente. Se conoce que el cansancio erosiona las fibras de la memoria, porque a la mañana siguiente todo se ha evaporado. Un día decidí tener siempre a mano una libreta (memoria portátil), así mi esfuerzo se limitaría a estirar el brazo. Pero también ese falló. Un día si y otro también, la libreta no estaba en la mesilla de noche.
Lo mejor es olvidar. Quien olvida no sufre porque todo se va por el sumidero de la memoria. Entre olvidar y no recordar, yo prefiero olvidar. Resulta menos angustioso. Olvidar es un acto espontáneo, como dormir. Se olvida del mismo modo que se duerme. Y aquí es cuando aparece la frase redonda que resume un folio de pensamiento. Perdonen la inmodestia, pero me siento en la necesidad de citarme a mi mismo: "Tener memoria y no poder recordar es como tener sueño y no poder dormir".
En la página de este semanario digital he visto una foto en blanco y negro, que son las fotos que más se ven. Está hecha cuarenta años atrás, y en ella aparece mi tío abuelo, por parte maternal, junto con otros compañeros. Uno de ellos, indicó mi tía abuela, era un joven llamado Frasquito, vecino del barrio de la Estación, y en ella aparecen levantando el puño con gesto crispado en unas barricadas. Por aquel entonces los bombardeos eran continuos en la zona centro de Alicante. Por aquel entonces yo aún no había nacido. Por lo tanto, es obvio que lo que estoy narrando me lo contó fue mi tía abuela Luisa, por entonces yo ya tenía 16 años y empezaba a observar muchas cosas en casa, pero a pesar de insistir preguntando a mi abuelo, éste siempre daba respuesta por callada, pero antes de volverme a la mesa me dijo: Sabes que te quiero mucho. Mirándole fijamente, le respondí abrazándolo con todas mis fuerzas. No hace falta que me lo digas tío. Yo también te quiero mucho le respondí pero, ¿por qué cuando te preguntó por tu pasado en la contienda de la Guerra Civil siempre te enfadas? Luisito, yo nunca me enfadaré contigo, solamente quiero que respetes mi silencio, quizás algún día podamos hablar de ello, pero de momento hazme caso. Aquello fue espantoso y cruel, sufrimos muchos por defender la democracia y la República, dijo. Seguidamente un silencio parecido al sepulcro de una iglesia aparecido en este intervalo, para añadir después Si nuestra labor ha servido en algo para la reconquista de la democracia, doy por bien empleado el esfuerzo. Así con irreprimible tristeza y voz engolada. Nunca más volví a preguntarle sobre el pasado de la Guerra Civil. Ese silencio entre nosotros sería la manera de respirar un moderado aire de libertad.
La foto, pese a estigma generacional, no ha conseguido agitar mis recuerdos personales. Todo lo que conservo de esa época (mi temprana juventud) ha sido amasado después, a partir de documentos y lecturas que dan testimonio de los hechos de la guerra y posguerra. Yo, como he reseñado, aún no había nacido. Era un bulto dormido. Hoy me cuesta discriminar los recuerdos, identificarme con una foto y una fecha. Mayo de 1962 ha crecido en mí a medida que otros lo han repudiado. Mucha gente manipula la memoria. La mía, en cambio, no se da por enterada. Sólo he encontrado un destello de emoción: al creer escuchar esa voz áspera y en palabras de mi tío abuelo, Antonio Iñésta. Estos pasajes del pasado, escritos, son el homenaje sincero de alguien que te quiso y respetó hasta la muerte.
Fdo: Luis Soria Navarro