Testimonios dados en situaciones inestables

Mis relaciones al más alto nivel me permiten tener acceso a damas de buena familia

Mis relaciones con las mujeres nunca han sido fáciles. Mi problema no es que sea poco agraciado o que mi situación económica sea delicada, todo lo contrario. Mi aspecto es envidiable gracias a mi estricta disciplina en cuanto al ejercicio físico. Dos horas diarias de gimnasio me proporcionan una saludable apariencia, con una piel tersa y músculos bien tonificados.
No escatimo en cuidados para mi bien cortado pelo y me realizo periódicamente la manicura en el mejor salón de belleza de la ciudad. Siempre visto buena ropa y conjuntada con gusto gracias al asesoramiento de los mejores modistos, que afortunadamente son todos amigos míos. Es decir, cuido todos los detalles, desde mis relojes y accesorios hasta mi lenguaje y mis ademanes de caballero. Podría decirse que pertenezco a esa clase de hombres con los que resulta raro cruzarse en la calle o que solamente se ven en las buenas revistas de moda. Y en cuanto a mi situación financiera, lo más modesto que diré es que mis numerosas propiedades están libres de cargas, que no es poco en esta época. Mantengo al día mi pequeño yate, pago religiosamente a mis empleados y mis asuntos con la hacienda pública están al día. Nada de eso tiene que ver con mi problema con las mujeres. Por otro lado, mis relaciones al más alto nivel me permiten tener acceso a damas de buena familia sin ningún impedimento social. Consigo fácilmente tener citas corteses con distinguidas mujeres para ir a cenar o a la ópera o a las carreras de caballos, y puedo asegurarle que acceden a mi compañía yo diría que con educado y contenido aunque perceptible entusiasmo. El problema empieza, precisamente, cuando esas citas sobrepasan la primaria fase del cortejo. Porque es ante la posibilidad de establecer una relación más íntima cuando me encuentro, digámoslo así, con cierto tipo de dificultades o malentendidos. Déjeme que le explique, señorita, para que lo entienda. Lo que hago en primer lugar es invitarlas a realizar una actividad deportiva. No es tan importante cuál, sino que sea una actividad de buen nivel, que las obligue a esforzarse. Puedo invitarlas a mi pista de tenis o a mi bien surtido gimnasio particular, pero evidentemente siempre en mi casa. Después las animo a que se equipen con sugerente ropa deportiva, y entre risas y flirteos intento que se activen físicamente, que sus cuerpos entren en ebullición, que estalle toda la energía que llevan dentro. Me encanta observar cómo cada centímetro de piel de sus cuerpos se pone a traspirar enloquecidamente. Y es entonces cuando las atraigo hacia mí masculinamente, las desnudo y empiezo a lamerles el sudor. [Pausa.] Al principio, ponen cara de extrañeza, pensando que es una osada maniobra sexual, pero a los pocos minutos, cuando se dan cuenta de que solamente me interesa lamerles el sudor, empiezan a tratarme de guarro; incluso de pervertido. [Pausa.] Fíjese, llamarme a mí pervertido, que nunca muestro ni el más mínimo interés por sus cositas; o que nunca se me ocurriría pegarles, como hacen tantos. [Pausa.] Solamente quiero lamerles el sudor, saborear con placer sus vivificantes salobridades... [Pausa.] Hay gente a la que le gustan los gusanos o los huevos podridos o los sesos de monos. [Pausa.] De acuerdo, no ponga esa cara, quizá no son comparaciones atinadas, pero...

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