Mis viejas amigas y yo apuramos unas copitas de anís y esperamos el fin del mundo
Son las once y cincuenta y siete de la mañana del día 21 de diciembre del año 2012 de la era de nuestro señor Jesucristo. Mis viejas amigas (en todos los sentidos, porque todas pasan generosamente de los setenta años) Belinda, Carlota y Delfina y yo estamos sentadas a la mesa de camilla de mi salita, escuchando un cd que me grabó mi nieta con los éxitos de la copla, apurando unos cafetitos, unas pastas y unas copitas de anís, jugando al parchís y esperando el fin del mundo, que está oficialmente previsto para las doce y doce, si la autoridad pertinente no lo remedia en el último momento, lo que sería como esperar que el verdugo te invite para ir a cenar a su casa al día siguiente de tu ejecución.
Belinda ha ido temprano a la peluquería y luce, con un arriesgado peinado tipo carré con mechas y emplumados, un aspecto maravilloso para la hecatombe. Ya que ha vivido enrulada, dice, le apetecía despedirse a lo grande. Además se ha puesto un vestido de noche tan refulgente y tintineante que parece preparada para la cena del capitán en un capítulo de Vacaciones en el mar. Delfina, que sin embargo se ha decidido por un pijama de ositos con batín a juego y pelo canoso y desgreñado, después de lograr sacar un cuatro y mover una ficha con un gesto de claro fastidio porque aún tiene dos fichas en la casa, toma un avaricioso sorbito de anís, se mete otro polvorón entero en la boca y dice que dodo edto da lo veía venid do dedde que apadeciedon lad primerad deñaled inequídocad, domo do del Edde Homo de Dodña Dedilia. Después se rellena la copita con anís, la levanta con decisión y añade a modo de brindis ¡que de den a da didta de edpeda pada la opedación de cadeda!, saliéndole un maravilloso pareado protesta. Carlota le recrimina afectuosamente que hable con la boca llena mientras levanta su copita y termina ratificando ¡que le den! Carlota se ha puesto su traje de novia. Dice que estaba mañana ha tenido claro que lo ha guardado inconscientemente cincuenta años en un baúl para esta ocasión, porque si valía para una boda, por qué no para un funeral. Y además, ¡que tenía unas ganas locas de irse en plan chica pura e inocente!; aunque le ha tenido que hacer un apaño rápido para adecuarlo a su talla actual, de modo que lleva la espalda al aire, lo que ella disimula con un chal pedreado de diamantes más falsos que su ex marido, que en paz descanse. Y ahora nos damos cuenta de que está sonando el pasodoble Adiós a España cantado por Antonio Molina, y todas lo acompañamos gorjeando a viva voz Adiós mi España preciosa / la tierra donde nací / bonita, alegre y graciosa / como una rosa de Abril / aay, aay, aaayyy / voy a morirme de pena / viviendo tan lejos de ti. Con el último verso, sentido como una patada en medio de la mísera pensión que ya no vamos a cobrar, todas nos damos cuenta de que hay una perturbación en la luz al otro lado de la ventana. Sí, ya está aquí, es un resplandor como de fundido en blanco, como de programa final de Sálvame Deluxe, como de interferencia fatal en la línea telefónica cuando le pides a tu vidente que te diga la verdad. Sí, ya está aquí, levantamos nuestras copitas de anís y coreamos como apocalíptico epílogo ¡que le den!