Abandonad toda esperanza

Monstruos S.A.

Abandonad toda esperanza, salmo 35º
Hay monstruos y monstruos. Por un lado están los de ficción, los monstruos de debajo de la cama o de dentro del armario, que representan las inquietudes más abstractas y primigenias del ser humano. Por otro lado nos encontramos con los monstruos reales, en apariencia tan normales como usted o como yo, pero que esconden en su interior la maldad más insondable.

Los mutantes creados por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 en las páginas del cómic X-Men forman parte del primer grupo. Son monstruos de ficción que, claro está, representan otra cosa: la figura del inadaptado, del freak, de aquel que no es aceptado por la mayoría de la sociedad sólo por ser diferente.

A lo largo de los años, los distintos guionistas que se encargaron de los personajes, con Chris Claremont a la cabeza, elaboraron una dicotomía entre dos opciones ante el rechazo, representadas por Charles Xavier y Eric Lensherr, alias Magneto... El primero creía en la convivencia pacífica entre los dos pueblos; el segundo, villano de la función, consideraba al mutante como el homo superior, el siguiente paso lógico en la evolución del ser humano... lo cual acabaría significando la extinción del homo sapiens.

Por aquellas fechas no resultaba forzado establecer un paralelismo entre estos dos personajes de la Marvel con Martin Luther King y Malcolm X, figuras visibles del movimiento Black power. Ahora que los tiempos han cambiado, no faltan quienes ven en la repulsa al gen mutante una metáfora del rechazo hacia los homosexuales, manifestado por algunos en una aberrante muestra de nazismo soterrado.

Pero no son estos mutantes, ni siquiera Magneto y sus seguidores (que protagonizan en buena parte la tercera entrega de la saga cinematográfica X-Men), los monstruos que debemos temer, sino los otros, los reales, entre los que hay algunos capaces de, creyéndose en posesión de la verdad absoluta, dejar a un lado los derechos humanos más fundamentales y condenar a una persona a la incomunicación, al ostracismo, a la alienación más brutal, en una base militar en la frontera de Cuba con los Estados Unidos.

Esos monstruos protagonizan Camino a Guantánamo, última película de Michael Winterbottom, un realizador británico que ha hecho de la heterodoxia, como Stanley Kubrick o su compatriota Sam Mendes, todo un rasgo de estilo. Este trabajo es una magnífica obra cinematográfica, a la par que un imprescindible documento, de visión moralmente obligatoria.

Si nos paramos a pensar un poco en la existencia de estos monstruos, que siguen existiendo cuando se hace de día y no desaparecen con las sombras de la noche, podríamos llegar a la inquietante conclusión de que nos merecemos cualquier cosa que nos pase, y que, como rezan algunas camisetas de las que se ven en eventos especializados en cómic, Magneto tenía razón.

X-Men: La decisión final y Camino a Guantánamo se proyectan en cines de toda España.

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