Fuego de virutas

Museos

Cuando hablamos de Andrés Aberasturi en Madrid decíamos que los museos agotan y conviene dosificarlos. Verdad que nos ofrecen la ventaja de concentrar maravillas, pero también el peligro de saturarnos. A veces no. Sirva de ejemplo el Museo de Orsay en París. Pero para esto hay que tomarse un día entero. Sin prisas.

Con los museos, especialmente con aquellos que combinan diferentes artes y culturas –sea el Louvre, el British, los de Berlín...– se nos ocurre el compararlos con el acudir a un buen restaurante y pretender probar, con mucho tiempo y con mucho apetito, todos sus platos. Seducidos por la atracción de una barra bien puesta o por una carta bien presentada podríamos intentarlo, pero tarde o temprano llegaría la saturación, el empacho. Es necesario, por tanto, seleccionar. Elegir. No obsesionarse con catarlo todo.

Un buen consejo que procuro para viajar es acudir a los lugares con la convicción de que algún día se volverá a ese mismo lugar. Puede que nunca sea. Pero mejor dejar el buen sabor de una buena experiencia que aborrecerla. Si no, será el agotamiento. El Thyssen, por ejemplo, es un exquisito restaurante pictórico, una colección fundamental para comprender la evolución de la pintura occidental. Pero cansa. Por mucho apasionamiento que le pongamos, también cansa. Habrá que volver y disfrutarlo en pequeñas dosis. Como siempre hemos hecho con el del Prado. Como haremos con el Guggenheim en Bilbao.

Uno de los museos en los que más he disfrutado siempre –es posible que porque haya vuelto varias veces– ha sido el que decíamos de Orsay en París. Éste especialmente fue maravilla en compañía de Joaquín Navarro en una excursión a París con la Escuela de Música de Villena. Yo, a pesar de tener unos veintiocho años, iba como alumno. Que en verdad lo era. De piano, para paciencia de Jesús Bosque que estoicamente tenía que soportar mi falta de estudio. Falta de estudio no por faltarme la voluntad, sino por faltarme el tiempo. Entonces, en aquel viaje, en el que acababa de inaugurarse Eurodisney, Orsay, acompañado de Joaquín Navarro, fue muy hermoso. Luego volví con Mari Carmen. Y otra vez, años más tarde, con Mari Carmen y con Teresa y Carmen. Y nunca he olvidado el buen día, muy aprovechado, que Joaquín Navarro y yo dedicamos a Orsay. Lo de Orsay, estaba antes de Orsay en el Jeu de Paume. Escenario de los orígenes de la Revolución Francesa. Y siempre fue una colección asequible.

También en París, otro de los museos que recuerdo con placer es el de Arts et Métiers. A la cuarta fue la vencida. En una ocasión no pudo ser. En otra, estaba cerrado. Luego, en otro viaje, en reformas. Y cuando toda la familia, por fin pudimos visitarlo. Museo recomendable para los niños porque las audioguías están preparadas para, según el número, dar una explicación para adultos o para niños. Aquí se conserva el célebre patrón de platino iridiado que decíamos cuando aquella redicha definición de metro: la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre cuyo patrón de platino iridiado se conserva en el Museo –o en la Academia– de Artes y Oficios de París. Yo, entonces, aprendiéndome la definición, apreciaba el metro y deseaba el ir a París a verlo. Ahora, con la nueva definición no lo veo tanto; porque ahora cuando pregunto a los de Física qué entendemos por metro me dicen que "es la distancia que recorre la luz en el vacío durante un intervalo de 1/299.792.458 de segundo". A saber. Con esta definición no te entran ganas de viajar a ninguna parte. Bueno, acaso al espacio.

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