Nada se expande como el miedo
Abandonad toda esperanza, salmo 293º
Hasta hace poco más de un mes mi hijo, que acaba de cumplir dos años, nunca había estado enfermo. Tanto es así que llegué a sospechar si no sería una versión de bolsillo del personaje de Bruce Willis en El protegido, y siendo como soy un seguidor incondicional de M. Night Shyamalan esto me llenó de orgullo... Más aún cuando no hay año en que un servidor no pille un par de gripes comunes y otras tantas gastroenteritis. Pero llegó septiembre, y llevarlo a la guardería y encadenar un virus tras otro fue todo uno; de tal manera que una pediatra se atrevió a decirme que por eso ellos no llevan a sus hijos a la guardería. ¿No dan ganas de matarla con tus propias, infectas y nada esterilizadas manos?
El Ministerio de Sanidad lanza de vez en cuando campañas de vacunación, pero visto lo visto me da por pensar que quizá deberíamos hacer como con la fruta y, al igual que gracias a los cultivos modernos podemos comer naranjas en agosto y uvas en abril (que dirían Danza Invisible), optar por vacunarnos durante todo el año. Muchas veces. A granel. Y es que nada se expande como el miedo. Esto, que podría parecer un eslogan del partido socialista previniendo, Dios no lo quiera, de un futuro triunfo del PP en las urnas, es la frase promocional de Contagio, la última película de Steven Soderbergh, que lleva tiempo avisando de que va a retirarse del cine a la vez que no para de hacer películas. De hecho, su trastorno bipolar es tal que lo mismo le da manejar presupuestos irrisorios y trabajar con actores desconocidos que reclutar a estrellas como George Clooney, Brad Pitt y Matt Damon y ponerlos todos juntos a robar casinos en Las Vegas. En esta ocasión vuelve a contar con un reparto de campanillas, signo inequívoco del subgénero, y los enrola en un relato catastrofista expuesto con una frialdad que pone los pelos de punta y en el que una pandemia irrefrenable amenaza con convertir al planeta en un desierto. Vamos, como si de una precuela de La carretera se tratara.
La que sí es una precuela de verdad es otro de los estrenos de la semana: La cosa. Si les suena a ya visto, no se extrañen: es una suerte de nueva versión de la película de igual título de 1982, a su vez un remake de un film de culto de los años 50 que, contra todo pronóstico, se vio ampliamente superado por la maestría del nunca suficientemente reivindicado John Carpenter, que consiguió realizar la que todavía hoy es su mejor película. Ahora bien, cabe preguntarse si un film como este remake encubierto era necesario a estas alturas; y la respuesta es no, pero bienvenido sea si se trata de un ejercicio de escritura cinematográfica tan bien resuelto como este, que mantiene en vilo a la platea de principio a fin, y que honra a un cineasta como Carpenter al asumir su estilo como propio... más allá de algunas servidumbres a lo digital, que no hacen sino añorar los añejos y todavía no superados efectos especiales de su predecesora. Eso sí, y aunque la frase promocional de Contagio podría valer también para esta, la de Soderbergh, sin ser de terror, da mucha más cosa que La cosa. Con decirles que, aunque la vi solo en el cine, estuve todo el rato pensando en quién se había sentado antes en mi butaca, y al salir de la sala evité tocar la puerta con la mano y preferí empujarla con el codo. La denuncia de Soderbergh está más que justificada: nada se expande como el miedo.
Contagio y La cosa se proyectan en cines de toda España.