Nieve que quema
Como cada nuevo año los balances y resultados de los días, ya parte de la historia, de 2007 nos asaltan en cualquier lugar. El recuento y cuantificación de lo acontecido llega irremediablemente, acompañando a las 12 uvas, para decirnos cuántas han sido las mujeres asesinadas por sus parejas, cuántos nuevos esclavos han llegado en patera, para poner número a las vidas que se quedaron en el asfalto, para ofrecernos datos de desempleo, de subida de precios e intereses, de inmigrantes o víctimas del terrorismo
Realidades estas que dibujan la estructura de nuestra sociedad, pues son líneas que esbozan el contorno del cómo somos, del qué perseguimos, el por qué luchamos o cuáles son nuestras mayores preocupaciones y problemas. Y de todos estos resultados que nos abruman cada año a su expiración, hay uno que en 2007 llama poderosamente mi atención tanto por su gran importancia como por su escasa repercusión. Me estoy refiriendo al alarmante aumento del consumo de cocaína en nuestro país.
Según los últimos datos consultados, fechados en junio 2007, España es, proporcionalmente, el primer país mundial en cuanto a consumo de cocaína por habitante, delante de EEUU, Irlanda, Reino Unido y Argentina, sin duda uno de los peores datos que nos deja el pasado año. Malo por las desgracias familiares devenidas al toque de sus muchos tentáculos. Por los problemas de salud que acarrea su consumo, de los cuales todos seremos víctimas por padecimiento o por sufragio sanitario y perjuicio social. Por la ruina vital de unos y los enriquecimientos ilícitos teñidos de sangre de otros. Esta sustancia que, a principios de 1900, cayó en desuso, y que volvió a ocupar ricos salones y grandes fiestas allá por los años 80, se ha convertido hoy en día en la negra estrella que reina en los retretes públicos y no tan públicos, blancos tronos que ven pasar por sus tapaderas edades variadas y sexos ambos en busca de la ficticia realidad de vida que proporciona. Apariencias de cristal que necesitan ser alimentadas continuamente para evitar su ruptura entrando en una espiral de dependencia que es capaz de evaporar grandes cantidades de euros propios o ajenos, sobrantes o necesarios, porque estamos hablando de unos 50 euros por gramo, y de entre seis y ocho rayas por cada uno de ellos, con unos efectos que, esnifada, pueden durar entre 15/30 minutos. Multipliquen y saquen sus cuentas cuando el sábado noche dura dos días.
Pero a pesar de que todos estos datos son fáciles de encontrar por todos y todas, que lo nocivo de su consumo es evidente y que cualquiera de nosotros podemos ponerle cara a sus huellas, me resulta realmente preocupante que ninguna de estas realidades sean capaces de generar la necesaria repulsa social que las maldades de su utilización están haciendo tan necesaria. Y por el contrario, ha conseguido crear reino con devotos seguidores que, entre otros actos, la ofrecen cual ofrenda en reuniones privadas como agasajo a los presentes sean o no acólitos, seguramente creyendo que tal acto concede importancia, prestigio social y ostentación, perfectos anfitriones que regalan veneno y que lejos de temer su ilegalidad le rinden pleitesía creyéndose, ignorantemente, que son su dominadores cuando la historia se está escribiendo justo el revés. Porque ella, la que desinhibe el habla y la conducta, la que da alas al cuerpo escondiendo su fatiga, la que les hace percibir que somos los mejores, las más guapas o los vencedores, es realmente la que gana la partida desde la primera mano, desde la primera cita. Saliendo triunfante, incluso, entre los que la repudiamos, pues en aras de la libertada del individuo nos hace pensar que con un ¡Yo paso! ya hemos cumplido.