No al fausto
¿Dónde se fija el límite entre lo mucho y lo poco, entre lo fastuoso y lo modesto?
En estos tiempos en los que tanto importa la imagen, especialmente entre los que nos gobiernan o desean gobernarnos, viene bien el consejo que en la segunda mitad del XVII, tiempo de muchas teatralidades desde el poder, glosó Alonso Núñez de Castro en su Libro histórico político. Sólo Madrid es Corte, y el Cortesano en Madrid. Aquí, en el capítulo séptimo del libro primero –Lustre, y Magnificencia de la Casa Real– advertía y recomendaba el historiador y cronista:
No puede negarse, que los Palacios suntuosos, ya en la hermosura de la fábrica, ya en la riqueza de los atavíos, son adorno, que hacen plausible la Majestad, como también el acompañamiento de Guardas, criados, y confidentes, que sirven a las ceremonias de respeto, conque a fuer de Deidades humanas, deben ser venerados los Príncipes pero se peca en el exceso, como también en el defecto: convienen los aparatos; pero ha de regirlos la razón, moderarlos el tiempo, y tasarlos la prudencia.
Y un poco más adelante, recordando un consejo de Isócrates a Nicocles, rey de Salamina, en el que avisaba sobre los gastos superfluos, sugiere Núñez: Gastos que sirvan al decoro, no al fausto; a la veneración, no a la jactancia.
Lo aconsejado invita al equilibrio, a la moderación, pero… ¿Dónde la tasa entre lo mucho y lo poco, entre lo fastuoso y lo modesto? Razón, tiempo y prudencia son guías sensatas pero resultan algo imprecisas por depender mucho de la personalidad de cada uno.
Cierto y verdad.
En los tiempos que corren se agradecería un poco de ejemplaridad y contención.
Como dice el refrán :
«En el término medio está la virtud»