No como mis padres. Un S.O.S de nuestros jóvenes
Arranca el curso escolar y de nuevo vuelven a escucharse las voces expertas y sus valoraciones. En la Comunidad Valenciana 6.000 alumnos comenzarán su rodaje educativo en barracones prefabricados por falta de infraestructuras donde albergarles (y Terra Mítica sigue abierta). Nuestra comunidad se encuentra a la cabeza en cuanto a fracaso escolar, que según datos de 2004, elevaban al 34,1% el número de alumnos que no finalizan con éxito la enseñanza obligatoria. La ministra de educación Mercedes Cabrera entona un mea culpa (grave es la situación para ser políticamente reconocida) ante los aplastantes datos y la comunidad educativa muestra unas nada halagüeñas predicciones entre las que figuran nuevos brotes de violencia escolar, así como la indisciplina y total ausencia del respeto no reverencia que se debe al lugar y personas que se dedican a enseñar.
La delegación educativa que los padres han trasladado al cole, y la falta de motivación de parte del alumnado, que totalmente ajeno al dónde están y sin el menor atisbo de superación e interés asisten como condena obligatoria a clase hasta los 16 años, dejan tras de sí estos resultados.
Desde luego, los números son alarmantes y las cifras escandalosas. Pero bien es cierto que gobierno tras gobierno han intentado con constantes cambios legislativos en la materia dar con la solución sin haber conseguido atajar esta tendencia, es más, empeora con el tiempo. ¿Será acaso que el problema no está en los centros, las leyes o las normas educativas, sino que está situado en el seno familiar y la nueva sociedad de este país? No hace mucho se hizo pública una encuesta donde se ponía de manifiesto una clara llamada de auxilio, expresada entre líneas, por parte de los más jóvenes. 7 de cada 10 no quieren parecerse laboralmente a sus padres en un futuro. El motivo esgrimido por todos ellos es la falta de tiempo que sus progenitores tienen para ellos y las muchas horas que por motivos de trabajo están fuera de casa.
Respuestas que dejan entrever claramente las necesidades que arrastran, manifestadas a su modo, los que nos siguen generacionalmente. Precisan contar con las figuras paternas en su desarrollo diario, la instauración en el seno familiar de unas normas a seguir a modo de guía (no declaradas abiertamente por lo fácil que resulta a edades de pre- adolescencia y adolescencia carecer de toda norma), horarios de regreso a casa supervisados por la presencia paterna, obligaciones cotidianas a cumplir en el hogar y, sobre todo, la enseñanza de la más importante directriz (olvidada detrás de las apariencias y status tan perseguido por todos hoy en día): inculcarles que toda recompensa lleva implícito un esfuerzo para su consecución; nada es gratis en el mundo real. Hoy en día tener un móvil, conducir un buen coche o disponer de dinero en el bolsillo los fines de semanas no supone para muchos un trueque.
Pero todo eso que les damos es simplemente material. Ese reflejo que generación tras generación ha logrado que la figura del padre haya sido un ejemplo a seguir o por el contrario un arma capaz de hacerte luchar contra todo para superarles, ya no existe. Ha quedado oculto detrás de la vida moderna, las obligaciones laborales, las nuevas estructuras familiares o los deseos imperiosos de ser como el vecino. Y consecuentemente, si el modelo a seguir ya no motiva, y considerando que el patrón más cercano ha dejado de interesar, ¿en quién posan sus miradas? Está muy claro: en los Grandes Hermanos o famosillos de 21 días, que representan para ellos, lamentablemente, ejemplos a seguir. Por favor, reflexionemos sobre esto. Nuestro futuro está en sus manos.