No el dinero
Recomendad la virtud a vuestros hijos, sólo ésta puede dar felicidad, no el dinero
Lo leímos en el libro Las nueve sinfonías de Beethoven, obra de Marta Vela (Fórcola, 2020). Ante los primeros síntomas de sordera, Ludwig van Beethoven sintió el peso del mundo sobre sí.
En aquellas circunstancias, en carta a su buen amigo Carl Friedrich Amenda, fechada el uno de junio de 1801, le transmite su desesperación: Tu Beethoven vive muy desgraciado, en lucha con la naturaleza y el Creador; varias veces he maldecido a este último por confiar las criaturas a su suerte, de tal forma que la más bella floración es exterminada y machacada. Debes saber que la parte más noble de mí mismo, mi oído, se ha debilitado mucho. En la misma línea, a finales de mes también informa de su preocupante situación –llevo una vida miserable, afirma– a otro amigo, Franz Wegeler, pidiéndole discreción respecto a la sordera.
Hasta tal punto llegó su desaliento que un año y meses más tarde, el seis de octubre de 1802, Beethoven, esperando la muerte o incluso tentándola, redactó lo que conocemos como Testamento de Heiligenstadt. De Heiligenstadt por el lugar, en las proximidades de Viena, donde el compositor se había retirado. Entonces…
Suerte que venció, a pesar del mucho sufrimiento, el genio. Y, sobrepuesto, en el mismo testamento aconseja: Recomendad la virtud a vuestros hijos, sólo ésta puede dar felicidad, no el dinero, hablo por experiencia, porque sólo la virtud me sostuvo en el dolor, a ésta y a mi arte solamente le debo el hecho de no haber acabado mi vida con el suicidio.
Virtud y arte… Arte y virtud. ¡Bálsamos! En 1802 eran todavía los primeros borradores de la Segunda Sinfonía. Si el suicido… ¡Dios mío!