Testimonios dados en situaciones inestables

No me sentía capaz de decirle a mi amante que le engañaba con mi marido

Mi marido es una gran persona, no se equivoque, pero es que casi no tenía tiempo para mí. No hacía más que trabajar y trabajar para que no nos faltara de nada. Y esa era la cuestión: que tanto dinero no podía suplir la falta de una de las cosas más importante en una pareja: sexo. De modo que terminé engañándole. Lo empecé a hacer sin mala intención, para cubrir necesidades. Pero lo más curioso fue que en cuanto comencé a engañarle, nuestro matrimonio mejoró. Me levantaba los martes y jueves (los días que tenía las subrepticias citas con mi amante) con tal inquietud por aquí dentro y con tan buen humor, que toda la familia se contagiaba. Los niños me parecían más soportables, el clima más benigno; hasta mi marido me pellizcaba de vez en cuando en el culo.
Resultado: a las pocas semanas de estar engañándole volví a acostarme con mi marido. No pudimos evitarlo. La atracción fue tan fuerte, que lo hicimos allí mismo, donde nos dio el arrebato, en el cuarto de los enseres de limpieza. Pasado el momento del éxtasis me di cuenta de que aquella nueva situación me colocaba en un punto muy complicado. Porque, en cierto modo, me sentía como si estuviera engañando a mi amante con mi marido, lo cual no dejaba de ser una cosa de locos. Me planteé no darle más vueltas al asunto por el momento, pero después de un mes mi marido y yo ya lo habíamos hecho furtivamente otras doce veces, de modo que la cosa no parecía un negocio pasajero.
Súmele los encuentros de martes y jueves con mi amante, e imagine el resultado. Estaba agotada y culpándome miserablemente. No me sentía capaz de decirle a mi amante que le engañaba con mi marido, y a mi marido que tenía un amante. Me encontraba tan agobiada y sola, que inevitablemente un compañero de trabajo terminó pagando mi desesperación, e hicimos el amor en el cuarto de material de oficina de la empresa. Esto me relajó, pero él no entendió que solamente había sido un efímero desahogo, e insistió en que debíamos continuar con aquello. Seguí acostándome con él, pero tan solo por no discutir. El caso es que cuando parecía que todo aquello no tenía ninguna salida, conocí a alguien. Fue en una fiesta de la empresa. Ella era joven y despreocupada, y tenía una sonrisa de ensueño; y para más loca y elíptica paradoja resultó ser la mujer de mi compañero de oficina. Nos vemos los lunes, miércoles y viernes, lo que me deja la semana con claro overbooking. Ahora estoy intentando, como usted sabe, asimilar mi entorno físico (con un entrenador personal muy activo) y mi mapa emocional, porque mi deseo más ferviente es encontrar la paz y el equilibrio y una verdadera conexión cósmica con las personas. Por eso vengo los sábados por la mañana a su consulta. Usted es una psicóloga claramente eficiente, y con unos ojos, si me permite decírselo, maravillosos. Y si me dice que mi mal tiene cura en sus (delicadas y hermosas) manos, estoy dispuesta a ampliar mis citas con usted a, digamos, los domingos a la hora que clínica y sabiamente elija; y si no hay más remedio, a someterme a sus más atrevidos e intensos tratamientos. Lo que sea por una vida física y espiritualmente coherente.

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