Abandonad toda esperanza

No sé si recomendároslo

Abandonad toda esperanza, salmo 339º
La primera vez que supe de Howard Chaykin, Internet no existía. Y cuando querías ponerte en contacto con un conocido que vivía a kilómetros de tu casa no cabía la posibilidad de enviarle un mail o conectarte a Facebook: le escribías una carta (con papel y bolígrafo, como lo oyen), se la enviabas por correo y esperabas respuesta en unas semanas. Pues fue durante aquel periodo, no recuerdo si el Jurásico o el Cretácico, que un amigo que vivía en Zaragoza y que era muchísimo mayor que yo (tenía dieciséis años, se afeitaba... ¡y hasta tenía novia!) me recomendó algunos de sus autores y cómics favoritos, y entre ellos mencionó a Chaykin y su Black Kiss. Enseguida aclaraba que, y recuerdo sus palabras exactas: "no sé si recomendártelo", aduciendo que su contenido sexual era algo explícito. Por supuesto, si te diriges con esas reservas a un chaval de doce o trece años como era yo, te arriesgas a que este vaya a buscar el dichoso tebeo a la voz de ya. ¿Adivinan qué hice yo? Fui a Pujalte. Y lo encontré, pero solo la primera de varias entregas de las que ya no compraría más: el sexo era lo de menos; me había topado con una historia con la que no acabé de conectar, pues mi perspectiva inocente era incapaz de abrirse paso a través de aquel relato negrísimo de intereses creados poblado de asesinos a sueldo, estrellas de la música venidas a menos, viejas actrices en decadencia y películas prohibidas por las que muchos eran capaces de matar. Todo esto salpicado, sí, de sexo explícito, aunque más en los diálogos que en las acciones. Así pues, y pese a la fascinación que siempre despierta lo prohibido, mi primer contacto con Chaykin fue más bien fugaz.

Años después me reencontraría con él como autor de cómics más comerciales pero donde su muy reconocible estilo gráfico permanecía incólume, caso del relato bélico Blackhawk o su versión del héroe radiofónico The Shadow. También descubrí que a veces se limitaba a los guiones, como en su colaboración con Mike Mignola (el creador de Hellboy) en la adaptación de la obra de fantasía heroica Fafhrd y el Ratonero Gris de Fritz Leiber. Y, por supuesto, me reencontré con Black Kiss, editada de forma íntegra y con todos los honores de ser un clásico contemporáneo y uno de los títulos más polémicos de la historieta norteamericana reciente. Lo leí completo, y desde entonces lo he releído varias veces más, tengo un par de ediciones distintas (tres si incluimos aquella primera serie que no llegué a seguir), y hasta una de ellas firmada por el propio autor. Con esto quiero decirles que es uno de mis tebeos favoritos de toda la vida, y Chaykin alguien del que compraría hasta la lista de la compra si se publicara.

Pese a mi fanatismo una de sus obras más celebradas permanecía fuera de mi alcance, al menos en español y adquirible con facilidad. Pero eso cambió cuando este año se editó por fin American Flagg!, el clásico futurista de los 80 protagonizado por un actor televisivo reconvertido en agente de la ley en un mundo donde el gobierno está controlado por las grandes corporaciones y el pueblo está sometido por los medios. Sí, les prometo que es un relato futurista, y más allá de la valía de Chaykin como adivino destaca su talento como narrador y su experimentación con las posibilidades del noveno arte. Resumiendo: un título indispensable, como indispensable es Black Kiss. ¿Les he dicho ya que es uno de mis autores favoritos? Me pasa lo que a aquel chaval de Zaragoza, pero ahora yo tengo, como quería Roberto Carlos, un millón de amigos (o casi), y una columna de prensa donde deciros a todos: no sé si recomendároslo...

Black Kiss y American Flagg! están editados por Norma.

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