No te rías, que es peor
Abandonad toda esperanza, salmo 559º
Iba a empezar con un chiste, pero tal y como está el patio mejor me callo. Tampoco voy a arrancar con un "Je suis Cassandra" porque, aparte de que me estoy cansando de ser tantas personas a la vez (como si no tuviera ya bastante conmigo mismo), no difundiría ni mucho menos podría firmar como míos algunos de los tuits -a los que pueden acceder en las urls de abajo, cortesía del diario Público- por los que la internauta Cassandra Vera ha sido juzgada y condenada a un año de cárcel por enaltecimiento del terrorismo.
Vaya por delante que la conducta de Cassandra Vera está muy lejos de ser ejemplar: se nota a la legua (y para mal) su juventud y la consiguiente falta de madurez, y no me refiero solo a algunos de los comentarios que se han rescatado de las catacumbas de la red para justificar su ascenso al cadalso y que al parecer escribió cuando era una adolescente, época de la vida en la que quien más quien menos todos hemos dicho alguna que otra estupidez. Y es que, de hecho, me parece que la susodicha es eso que en las redes viene a llamarse un trol: aquel que utiliza expresiones malsonantes y afirmaciones impopulares -al margen de que las comparta de verdad o no- con el único fin de llamar la atención y adquirir cierta notoriedad fugaz incordiando al personal. Pero lo que no es de recibo es que se condene a alguien a un año de prisión y a siete de inhabilitación para desempeñar un empleo público por chistes que en la mayoría de casos ni siquiera son suyos, y que solo demuestran (la tendencia política solo se le supone) su querencia por un humor negro que muchos -entre los que no me cuento, por lo general- consideran ofensivo y de mal gusto. Y es que vivimos en un país en el que el enaltecimiento expreso y confeso del franquismo no es delito pero contar chistes crueles sobre cargos importantes del franquismo como Luis Carrero Blanco sí.
Esta reflexión viene al hilo porque el caso de Cassandra Vera es el último ejemplo de lo que denuncia uno de los mejores cómics que he podido leer últimamente: Disparen al humorista, donde Darío Adanti nos ofrece el resultado de un largo trabajo de investigación y reflexión a propósito del humor y sus límites. Una obra que, por cierto, ha puesto una pica en Flandes en lo que al crédito otorgado a la historieta se refiere: su condición de ensayo gráfico, unido a la condición de Adanti como uno de los fundadores de la combativa revista satírica Mongolia y a la relevancia mediática del caso de Cassandra, llevó al autor a participar el pasado sábado en el debate de un programa de gran audiencia como La Sexta Noche como el experto en el tema que sin duda es. Al margen de este suceso, es de justicia señalar que Disparen al humorista reflexiona con humor (como no podía ser de otra manera) sobre su objeto de estudio dando voz a autoridades en la materia pero sin abandonar nunca un enfoque claramente subjetivo. Y la relevancia de sus conclusiones, sumado a su lectura como autobiografía velada y la fuerza visual del apartado gráfico (atención al tratamiento del color), lo convierten a mi parecer en un serio (sí, serio) candidato al Premio Nacional de Cómic... salvo que Adanti, argentino afincado en Madrid, no tenga la nacionalidad española y por tanto no cumpla uno de los requisitos para obtener este galardón. Por una vez, ser español conllevaría algo bueno (decidan ustedes si este último comentario es un chiste o no).
En el mismo ámbito que la novela gráfica de Adanti se mueve el ensayo El humor y sus límites de José María Perceval, cuyo subtítulo -¿De qué se ha reído la humanidad?- revela el carácter diacrónico y sugiere la exhaustividad de este recorrido por tan peliaguda cuestión. A lo largo de sus páginas, este doctor en Historia y Ciencias de la Comunicación analiza el concepto del humor y estudia la risa desde una perspectiva antropológica, y nos recuerda que el ser humano se ha reído siempre aunque por motivos distintos según el contexto: de la sátira de la Grecia y la Roma clásicas hasta el humor stand-up del malogrado Lenny Bruce, Jerry Seinfeld y el canal Paramount Comedy, pasando por un episodio reciente tan dramático como la masacre de la redacción de Charlie Hebdo y otro tan esperpéntico como la caza de brujas a la que se sometió al concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata -también presente en el mencionado coloquio televisivo- por unos chistes grotescos que, además, citaba y entrecomillaba como ajenos en un debate (público, para su pesar) sobre, precisamente, los límites del humor. Como imaginarán, estamos ante un libro fundamental para todo interesado en la materia.
Precisamente una de las calas por las que transita la ruta histórica propuesta por Perceval es la "revista satírica y neurasténica" El Papus, que llegó a los quioscos españoles entre 1973 y 1987 y en cuyo interior sus lectores encontraban una forma de estar al tanto de lo que sucedía en el país en clave de humor. La suya fue una forma de acercarse a la actualidad nacional que creó escuela: la todavía hoy en activo El Jueves, que convivió con su inspiradora desde su nacimiento en 1977, no sería lo que es sin el legado de aquella; tampoco la citada Mongolia, donde ha recalado como colaborador un miembro de la vieja guardia de El Papus como Jordi Amorós, alias Ja. Esta deuda impagable, además de la vigencia de buena parte del material que vio la luz en sus páginas, es lo que viene a demostrar la "Antología poética de El Papus", colección de incunables que coordina y prologa el inagotable Antoni Guiral y donde, después de Sor Angustias de la Cruz, se ha recuperado otro título fundamental de Ja: Hombre pobre, hombre rico, serie que iba y venía según la inspiración que su responsable encontraba en diversos temas de actualidad y de cómo estos afectaban al ciudadano español según su estrato social. Por supuesto, la mitad de los chistes que incluye el centenar de páginas de este volumen recopilatorio podrían llevar a la cárcel a su autor y la editorial si se publicaran hoy por vez primera y acto seguido se difundieran en las redes sociales.
Finalmente, no quiero despedirme sin llamar la atención sobre la aparición de otro volumen que tiene como protagonista principal al humor en este país... Concretamente, el tratamiento del género de la comedia en la cinematografía nacional de los años sesenta, una época en la que había que tener mucho cuidado con cómo y de qué se reía uno: en Cine cómico español, 1950-1961: Riendo en la oscuridad, Carlos Aguilar desgrana pormenorizadamente uno de los períodos más brillantes de nuestro cine, acotándolo entre los estrenos de dos obras maestras del calibre de El último caballo de Edgar Neville y Plácido de Luis García Berlanga; y dando buena cuenta de las aportaciones de directores como Luis Lucia o Marco Ferreri, escritores como Miguel Mihura o Rafael Azcona o ese genio renacentista que fue Fernando Fernán Gómez, que nos sonríe desde la cubierta del volumen. Todo ello, en una edición exquisita que cuenta con abundantes fotografías, una atractiva maquetación a dos columnas y un prólogo escrito para la ocasión por la actriz Analía Gadé. Y dado que no puedo extenderme más, tal y como merecería un libro de tanta enjundia como este, les emplazo a que lean la crítica que publicaré en breve en mi blog La Biblioteca Langlois (¿No les había dicho ya que también tengo uno sobre libros de cine? Pues dicho queda).
A todo esto, ¿me falla la memoria o había una banda de rock española que se llamaba Carrero Blanco, campeón de salto? ¿Qué habrá sido de sus miembros? ¿Estarán todos en el trullo?
Disparen al humorista, El humor y sus límites, Hombre pobre, Hombre rico y Cine cómico español, 1950-1961: Riendo en la oscuridad están editados por Astiberri, Cátedra, ECC y Desfiladero respectivamente.