Nombres para la paz
Muchas de las cosas que nos motivaron y motivándonos nos invitaban a ser mejores, ahora apenas nos mueven
En el actual maremágnum de guerras, las que salen en televisión como las que no salen, nos acordamos de aquellos personajes que en nuestra infancia inspiraron y alimentaron nuestra voluntad a favor de la paz e igualdad en el mundo.
Así Gandhi, Eleanor Roosevelt y, sobre todos, por la contemporaneidad e impacto de su asesinato, el reverendo Martin Luther King. Luego serían otros, como Lanza del Vasto, pero principalmente los antedichos.
También, por aquellos años en los que crecíamos, algunas lecturas nos sirvieron para postular contra la guerra. La novela ¡Abajo las armas! de Bertha von Suttner fue libro de cabecera. También, por entonces y siempre, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Nos acordamos y lamentamos que, discurriendo el tiempo, desanimados por los acontecimientos y la pu… pura realidad, hayamos ubicado a estos personajes y lecturas, que mucho tiempo admiramos, en un museo de cera personal que bien podría llamarse Utopía si no Desaliento.
"(…) ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano. (…)" Aquel discurso pronunciado por Luther King en Washington, delante del monumento a Abraham Lincoln, un mes antes de que naciéramos, marcaría entre otros testimonios los rumbos de nuestra ilusión por un mundo mejor.
La lucha contra la desigualdad racial y cualquier desigualdad y… ese fragmento con evidentes ecos del profeta Isaías (40, 4-5) –"Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahvéh, y toda criatura a una la verá"– como otros textos y eslóganes, como películas –sirva la de Johnny cogió su fusil– fueron faros que orientaron nuestro bregar. Faros que hoy sentimos apagados. En ruina arruinándose. No por propia voluntad sino porque la piqueta del desencanto ha devastado aquellos cimientos nobles sobre los que asentábamos nuestras voluntades.
La metralla de las guerras de aquí y de allá, de ayer y de hoy, ha herido y hiere nuestros anhelos; y los nombres para la paz que nos alimentaron nos parecen, como mucho, ejemplares biografías imposibles de imitar. La voz del reverendo Luther King no la apagó aquel tiro que desgraciadamente le acertó en la cabeza el cuatro de abril de 1968. El reverendo estaba saludando a un grupo de seguidores desde un balcón del Lorraine Motel en Memphis (Tennessee) cuando... Eran las seis de la tarde y un minuto y... No, allí no se apagó su voz porque su voz siguió animándonos a no perder la fe; y con fe a subir peldaño a peldaño sin necesidad de ver toda la escalera. Así fueron muchos años creciendo con ilusión pero…
Peldaño a peldaño sin necesidad de ver toda la escalera, una guerra y otra y otra y otra, también las desigualdades –escalones de violencia e injusticia demasiado elevados y dilatados en el tiempo– han fatigado nuestra esperanza. Sentimos que muchas de las cosas que nos motivaron y motivándonos nos invitaban a ser mejores, ahora apenas nos mueven. La imagen desastrosa de las víctimas de un bombardeo, ruinas y cuerpos destrozados, cadáveres flotando en el mar, incluso las desgracias más cercanas, se nos presentan asumidas como cotidianidad.
Ley de… Ley de muerte, en el sofá de la indolencia las observamos como quien observa una exagerada película de ficción. Inmóviles. Las vidas de quienes siendo modelo a imitar nos inspiraron, nos parecen ahora mera biografía, tomos ajados en el anaquel de lo que quisimos ser. De lo que quisimos ser.