Normalización
Abandonad toda esperanza, salmo 306º
En la lontananza vislumbro cuatro conferencias que debo preparar de aquí a julio, y de las cuatro dos y cuarto versan de alguna forma sobre el cómic; dos de ellas están vinculadas a la Universidad de Alicante -una, a realizarse muy cerca de ustedes-, y la otra (el cuarto precisamente, y es un cuarto porque también tocaré literatura, cine y televisión, interdisciplinar que es uno) se impartirá nada menos que en la Universidad de Barcelona. Esto no se lo digo para darles envidia -no me pagan tanto, y más que nada me da faena que hacer-, sino como muestra tangible de eso que en el ámbito de los aficionados a la historieta ha venido a llamarse "normalización". Esto es: ya no solo hablan del asunto los friquis de turno, sino que es habitual que sea objeto de debate en universidades y otros centros académicos, diarios y suplementos culturales, programas de televisión y webs varios. Y oigan, que su granito ha puesto El Periódico de Villena dejándome a mí darles la tabarra cada semana...
Vamos con un par de ejemplos de esta normalización: para empezar, se acaba de publicar 1001 cómics que hay que leer antes de morir. Imagino que en alguna ocasión habrán visto, o incluso leído, las entregas previas acerca de los cuadros, las películas, los lugares o los videojuegos que hay que ver, visitar o jugar antes de estirar la pata; pues le ha llegado el turno a los cómics de la mano de un experto en la materia como Paul Gravett. En cierta ocasión tuve el placer de escuchar su opinión autorizada acerca de la historieta policíaca, y créanme que sabe de lo que habla. Para ello, este estudioso inglés ha reunido a sesenta y pico críticos de todo el mundo (algún español hay, que no se diga) para glosar precisamente eso, mil y un tebeos que deberían leerse si se quiere ser alguien y no desentonar en cualquier cenáculo intelectual que se precie. Aquí hay de todo: desde pioneros como Töpffer y Outcault a contemporáneos como Craig Thompson o Joe Sacco, pasando por tiras cómicas, superhéroes de la Edad de Oro o maestros del manga como Osamu Tezuka o Jiro Taniguchi. No falta nada, yanqui o europeo, mainstream o independiente, para niños y para adultos, en un libro, como comprenderán, de adquisición indispensable pese a un único pero: traducir literalmente The Yellow Kid, Krazy Kat, Watchmen o Concrete como El niño amarillo, Gato loco, Vigilantes u Hormigón (por citar algunos casos sangrantes) puede provocar sarpullidos entre los aficionados menos tolerantes. Y en este caso tendrán razón.
A Luis Alberto de Cuenca, esto de la normalización debe de sonarle a chino, porque para este filólogo y escritor que ha sido director de la Biblioteca Nacional de España y Secretario de Estado de Cultura durante el gobierno de Aznar (el cual, en un mandato que se nos hizo largo, algo bueno tuvo que hacer), los tebeos forman parte de la Cultura. Sin más razonamientos epítetos. En Héroes de papel, a partir de un cuento escrito para su hijo, urde una pequeña novelita que me ha recordado en su extensión y propósitos a aquellas colecciones de quiosco de nuestro siglo XIX, y en donde repasa los personajes que marcaron su infancia: el mago Mandrake, el Hombre Enmascarado, Spiderman... Para la ocasión, un Miguel Ángel Martín que deja a un lado su ídem más destroyer ilustra un libro delicioso que se lee en una hora y se disfruta mucho más tiempo.
Por supuesto, también se habla de cómics en los propios cómics. Pero eso lo dejamos para la semana que viene.
1001 cómics que hay que leer antes de morir y Héroes de papel están editados por Grijalbo y Rey Lear respectivamente.