Normalización (y 2)
Abandonad toda esperanza, salmo 307º
Cuando el cómic habla sobre sí mismo se debe la mayoría de veces a su carácter autobiográfico. Así, aunque casi siempre se centren en otros aspectos de la propia vida, títulos en los que sus autores muestran al mundo los sinsabores de su labor hay bastantes: sin calentarme demasiado la sesera me acuerdo de La vida en viñetas, antología de historias autobiográficas de Will Eisner, el considerado "padre de la novela gráfica", imprescindibles como casi todo lo que hizo este hombre; también me vienen a la cabeza un par de joyas de origen nipón como Una vida errante de Yoshihiro Tatsumi o Un zoo en invierno de Jiro Taniguchi; o el más reciente Inside Moebius, donde el padre de Arzak, Blueberry y otros personajes del cómic europeo contemporáneo se muestra al desnudo acompañado de sus propias creaciones.
Pero obras que reflejan el mundo de la historieta sin ser autobiográficas, y que por tanto basen su relato en la investigación documental o en la más pura ficción, hay muy pocas. Hasta hace poco solo se me ocurrían dos: por un lado Hicksville de Dylan Horrocks, considerado como el clásico dentro de este subgénero (que una obra relativamente reciente -es de 1998- haya alcanzado ese estatus dice mucho de lo poco transitada que está dicha temática), y cuyo título alude a un pueblecito donde absolutamente todos sus habitantes son expertos en el noveno arte. Por cierto, la obra está dedicada, mira por dónde, a Paul Gravett, crítico del que hablábamos la semana pasada. Por otro lado tenemos El invierno del dibujante de Paco Roca, que me parece muy superior a su laureado Arrugas (lo que no es decir poco), y que relata un episodio real de la historia del tebeo en nuestro país, sucedido durante la época de esplendor de eso que se vino a llamar "la factoría Bruguera".
Ahora esta nómina se ha ampliado considerablemente: para empezar nos encontramos con un álbum como Las aventuras de Hergé, protagonizado por el creador de Tintín, en el que el lector es testigo de cómo un joven Georges Remi que parecía no encontrar su lugar en el mundo acabó convirtiéndose en Hergé, padre de uno de los personajes más importantes de la cultura popular del siglo XX. Sus encuentros con otros autores de alta y baja cultura como Andy Warhol y Edgar P. Jacobs, el autor de Blake y Mortimer, puntúan un relato que muestra cómo su don se convirtió también en su maldición: obcecado en llegar a ser un pintor respetado, las galerías de arte que más tarde se rendirían a la belleza pop del reportero del tupé le cerraron las puertas a sus trabajos más serios.
Precisamente Tintín es una de las obsesiones de Seth, como ya nos contó en su obra maestra (esta sí autobiográfica) La vida es buena si no te rindes. Ahora lo nuevo de este autor, en la línea de sus "vidas de santos" que inauguró con George Sprott, es Wimbledon Green, un relato alrededor de "el mayor coleccionista de cómics del mundo" construido siguiendo el patrón de Ciudadano Kane: las declaraciones de aquellos que le conocieron construyen un retrato poliédrico sobre un individuo que no necesita murmurar una palabra como "Rosebud" para acabar siendo un misterio dentro de otro misterio. Una novela gráfica deliciosa que para la ocasión cuenta con una edición impecable, dándole el último toque a una obra donde fondo y forma, como ocurre con las obras maestras de la literatura y el cine, se (con)funden.
Las aventuras de Hergé y Wimbledon Green están editados por Norma y Sins Entido respectivamente.