Nos hemos reído tanto que ahora dan ganas de llorar con desgana hasta noviembre
A las tres y media de la madrugada del primer día del año, dice Alan tumbado boca arriba sobre la mesa de billar y mirando el reflejo de su cara en el fondo vacío de una denostada copa plana de champán, mi cuerpo empieza a sentir la abdicación de la voluntad. [Leves fallos en el flujo de bits.]
Ahora he llegado a ese momento, dice Aquilino revisándose algunos padrastros con la pinza de una cigala, en el que distintos tipos de recuerdos, quizá incompatibles entre sí, ponen precio a la captura y entrega de mi alegría viva o muerta. Nos hemos reído tanto y tan superficialmente durante unas breves y triviales horas, dice Bianca mirando a través de los recortes de las tomografías de su adenocarcinoma con los que ha sustituido los cristales de sus gafas, que dan ganas de llorar con desgana hasta noviembre. Esas repetitivas explosiones que se ven tras los enormes ventanales, dice Celso abrazado al enorme peluche con forma de Friedrich Nietzsche en cuyo pecho pone Maestro de la Sospecha, son un bucle cuyo algoritmo demuestra la muerte de Dios. He dejado escrito, dice Frida realizando torpes malabares con varias trufas blancas, que si muero este año me envasen al vacío y me pongan a la venta en eBay como Mujer Blanca Sin Conservantes Ni Aditivos Pero Adicta a Las Benzodiacepinas y a Cualquier Reality Show De Cocina. Tengo un poco de hambre, dice Clorinda bostezando sin convicción, ahora me comería uno de esos anuncios de veinte segundos con jóvenes modelos, pero que sean ultradelgadas, porque no tengo mucha hambre. [Leve solarización de la imagen.] Yo tengo mucha hambre, dice Eulogio bostezando con convicción, me comería uno de esos documentales de hora y media sobre los millones de personas en el mundo que no tienen nada para comer, pero que salgan muchos millones porque la verdad es que tengo mucha hambre. Este año voy a fundar una asociación, dice Evangelina ojeando la ecológica y biodegradable edición estadounidense de Vogue Nature Science, para defender en todo el mundo los derechos inalienables de las bacterias frente a las arqueas y los eucariontes. Yo estoy planteándome con seriedad filantrópica, dice Fulvio dibujando magistralmente con uvas pasas sobre el suelo de mármol la cara de Bill Gates, comprar el Santiago Bernabéu o el Camp Nou o la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y amontonar toda mi fortuna dentro de alguno de esos lugares casi metafísicos para que la gente pueda entrar a verla por el precio de una baratija. El año pasado me gasté ciento treinta mil euros en comprar ciento treinta mil cosas a un precio imbatible de un euro por unidad, dice Kevin jugueteando con un llavero con la representación a mini escala del universo entero y del que cuelgan unas llaves de automóvil, y no encontré la misma satisfacción que cuando me compré mi Aston Martin por el mismo coste total, y eso que era el más barato de la gama. [Líneas saturadas de píxeles en el espacio.] Es evidente que ha llegado el momento, digo yo mirando el enorme reloj de sol que hay en la pared y que siempre marca la hora de la última operación de cirugía estética de Donatella Versace gracias a un ingenioso sistema de luces movibles situado en el techo, de dar por terminada esta fiesta holográfica de fin de año, porque empieza a haber problemas de software y limitaciones de hardware, y ya es hora de que cada uno recoja su avatar y se vaya a dormir a su propia app la borrachera de trillones de variables de una improgramable y testaruda realidad.