Nos quieren tontos (Carta al director)
El otro día fue noticia en todos los medios habidos y por haber: tenemos una de las peores enseñanzas primarias de Europa. Felicidades. Y digo tenemos porque la educación de la tribu es un asunto que nos compete a todos y cada uno de los miembros de la tribu, y su nivel de desarrollo es culpa, mérito o demérito de todos: de los políticos, que, con sus continuos cambios de ley y sus recortes, malbaratan la educación; de los padres y madres, que no parecen tomársela muy en serio; de los alumnos, porque son los que estudian; y de los profesores, que son los que enseñan. De todos los que, de una manera u otra, toman parte en el proceso.
Hace cuarenta años, España podía presumir de tener uno de los mejores sistemas educativos del mundo. Con menos medios y profesores, la gente salía de las aulas mucho más preparada que ahora. A la vuelta de los años, después de infinitos cambios de las leyes educativas, invirtiendo mucho más dinero, obtenemos unos resultados tercermundistas. Hemos retrocedido. ¿Cómo es posible?
Por más vueltas que le doy no lo comprendo. Nuestros niños no son menos inteligentes que los niños de los demás. Nuestros profesores son buenos. Tenemos unos ratios de alumno por clase o por profesor decentes. Se invierte mucho dinero. La edad de escolaridad obligatoria ha subido a los dieciséis años. Y aun así empeoramos los resultados académicos. No lo entiendo.
A uno ya le da por pensar mal y empieza a creer que lo que quieren los que mandan es que seamos tontos. Lo siento, pero no puedo llegar a otra conclusión. Que todo está medido para ir reduciendo la calidad de la Enseñanza, para fabricar analfabetos funcionales en serie, ciegos consumistas. Por eso se suprimen horas de Filosofía, de ahí que se eliminen el Latín y el Griego de las escuelas, por eso se fomenta el trabajo en grupo en vez del individual, se rechazan el esfuerzo y la memorización, por eso separan las Letras de las Ciencias, cuando el conocimiento es Uno. Por eso se conciben los colegios y los institutos como si de una fábrica se tratase (ya saben, horarios de fábricas, campanitas entre clase y clase, todo muy reglado) cuando deberían ser diseñados como sacro-santos lugares del aprendizaje, la cultura, el Conocimiento. Por eso la creatividad muere en las aulas y cada vez que se toca un plan de estudios es para empeorar al anterior.
Por eso hemos llegado a tener la peor primaria de Europa. Porque siendo tontos somos manejables.
Ellos lo saben: el estudio serio, sereno y prolongado, radical (que va hasta la raíz) desarrolla la atención, la memoria, la capacidad de análisis: hace que nos volvamos inteligentes. Y un tío que piensa, con una potente formación humanista, no se traga las memeces que le cuenta el embaucador de turno, no se deja contar partidariamente la historia, ni se traga el anzuelo de la demagogia barata. Un interlocutor inteligente, exige un nivel a su interlocutor (el político, el sindicalista, el banquero, la televisión, el periódico que compra ), pide explicaciones y responsabilidades: es lo más incómodo para los que detentan el poder porque se vuelven contestones.
Por lo tanto, desguazando el sistema educativo, controlamos a la masa. Antes de que pase como en Islandia, que ha sido el único país en el que el Pueblo se negó en referéndum a pagar la deuda a Inglaterra y Holanda, ha sentado en el banquillo a su primer ministro y a la plana mayor del Banco Nacional y ha encarcelado a unos cuantos banqueros, responsables de haber trizado la economía islandesa.
Pero es que Islandia oh, qué casualidad posee uno de los mejores sistemas educativos del mundo. En el que para ser maestro (qué hermosa palabra) se ha de tener un nivel académico brutal. En el que los alumnos no pagan absolutamente nada. En el que el profesor es reverenciado. En el que hay una constante investigación en pedagogía. Esto es, cómo enseñar mejor.
Le preguntaban a Einstein dónde estaba su laboratorio y él señalaba la punta de su bolígrafo, como podía haberse señalado la cabeza. Para pensar sólo hace falta un cerebro y, de eso, tenemos todos. Solo que es necesario que se use a pleno rendimiento. Y para ello nada mejor que un buen libro, un buen maestro, y muchas ganas de aprender, hacerse preguntas y renovar permanente las creencias en las que nos asentamos.