Nostalgias del subsuelo
Ya os anticipé la semana pasada, queridos amiguitos, que una de las mayores sorpresas que me ha deparado el estius villenensis ha sido esa especie de explosión de patriotismo subterráneo, un nacionalismo underground que me ha hecho recordar aquellos tiempos otrora gloriosos en los que la fama del subsuelo de Villena cruzaba mares y fronteras para mayor loa de nuestra maravillosa estirpe
¡Oh, el subsuelo!
Si tuviera que ser serio que hoy no me apetece mucho, me vería obligado a escribir que la airada oposición de algunos al parking de la Avenida de la Constitución me huele a chamusquina: Una vez abiertas las hostilidades, tengo para mí que el parking va a convertirse en la segunda batalla de una guerra en la que el primer triunfo cayó del lado de los partidarios de hacer un centro de ocio de en la plaza de toros. Perdido el primer combate, quienes apuestan por la rehabilitación integral de la plaza han asumido la oposición al aparcamiento como su última esperanza, un clavo ardiendo al que agarrarse con la intención de luchar hasta el final en defensa de sus intereses, ya que si no hay parking, difícilmente habrá empresa interesada en concurrir a la adjudicación.
También me da que, para ello, algunos de los adalides de la revuelta han jugado un poco con la buena voluntad de los vecinos y comerciantes de la zona, legítimamente preocupados por las repercusiones que pudiera tener tan faraónica obra. Sólo así explica que, tras la reunión informativa entre los afectados, uno de ellos sostuviera ante mí de manera categórica que la empresa adjudicataria tenía al ayuntamiento bien pillado por los huevos, algo difícil de sostener por cuanto esa empresa aún no se ha materializado: hasta que no se falle el concurso de adjudicación no habrá empresa, así de simple.
En cualquier caso, ya les anticipaba que hoy no tengo muchas ganas de ser serio, más que nada porque tan repentino amor por la espeleología me tiene sinceramente subyugado. Pase que la plaza de toros evoque en algunos paisanos recuerdos de tiempos mejores, cuando invitaban a las mozas a tomarse un chatito en la plaza antes de llevárselas a la era; pase que haya quien haga bandera de la proyección de Marcelino pan y vino, estupefacientes combates de lucha libre o un lisérgico espectáculo llamado Charlotadas para reivindicar los múltiples usos futuros de la plaza; pase que se nos quiera vender la idea de que la plaza es algo tan importante que hasta vino Don Ernesto Hemingway, que a buen seguro para muchos de los defensores del coso es aquel señor con barba de Papá Noel que dirigió la película ¿A qué hora tocan las campanas?; pase incluso que los efectos del tinto de verano nos hagan decir chorradas sobre la contratación de Shakira sin aprovechar la intervención ¡ay las medias verdades! para explicar a los ciudadanos cuántos Melendis se podrían contratar con lo que cuesta la artista colombiana pero que nos quieran hacer creer en la existencia de un apasionado amor por el subsuelo es algo tan absurdo como esperar verme a mí el domingo en misa de ocho, machacándome el abdomen en un gimnasio o escuchando en mi MP3 a Julio Iglesias (otro que también podría venir a cantar, ¿verdad?).
No sé. Quizá se me escapa algo. O tal vez sea un bicho raro. Pero tengo que admitir, no sin que me embargue el rubor, que al igual que no salgo de nada en fiestas (¡anatema, anatema!) no tengo el más mínimo apego por los habitantes de las entrañas de la Avenida de la Constitución, ya sean alcantarillas, tuberías, ratas, acometidas, caimanes o conducciones de gas.