Cultura

Nubes

Recuerdo que hace muchos años, lo recuerdo porque fue el primer texto que puse en escena, coloqué en el escenario un cuadro de Magritte, En la antesala de la libertad se titulaba. Un lienzo dividido en ocho espacios por los vértices de una especie de caja, jaula. Y había nubes, sí, dibujadas sobre un cielo azul; también había ventanas…, como había mar en La tierra de la noche, y unos señores, o un señor reflejado, con un(os) largo(s) abrigo(s) negro(s) y un(os) bombín(es)… No se pierde el tiempo dedicando un tiempo a ver las obras de Magritte, echándoles un vistazo al menos, encuentren por ejemplo Los amantes.
No lo perdió Aracaladanza, compañía cuya filosofía presenta en su programa con una ecuación casi irresoluble (les ahorraré, queridas personas, que busquen sus programas): Danza + Contemporánea + Teatro Infantil y familiar + Nuevos públicos + Calidad + Innovación… Aunque de hecho fue danza contemporánea innovadora y de calidad a la que asistimos personas de toda condición y edad (de cuatro a taitantos), en el Teatro Chapí el pasado sábado. Algo de razón tienen a primera vista. Lo demostró el silencio que se creó cuando tras la oscuridad comenzó a iluminarse la escena, que se mantuvo –salvando algunos breves e irreprimibles arranques de aplausos– hasta el final del montaje donde, como el picor que se ha estado conteniendo, se precipitó un estallido de aplausos en el auditorio.

El motivo de esta contención a lo largo del espectáculo estaba provocado por el encantamiento de las imágenes creadas por la música, los ambientes sugeridos con la iluminación y los elementos escénicos, con el vestuario, y por supuesto con el juego, el movimiento, las acciones del conjunto de intérpretes. Bailarines y bailarinas que con los ojos sucios podríamos no valorar como tales. Porque su trabajo no incluía la “acrobacia”, ni las figuras o movimientos acostumbrados en la danza clásica, sino que su trabajo debía sumarse a ese conjunto que requería el concepto estético global. Un concepto preñado del surrealismo de Magritte, pleno de imágenes que son sugestivas, iconográficas, emocionales, irracionales… Una propuesta con tal conciencia de su compromiso estético que bastan unos minutos para contagiarlo al público. Pese al handicap de una base surrealista que ha sido menos digerida de lo que creemos.

Es de aplaudir, como han hecho quienes lo han galardonado con premios y menciones, un espectáculo que consigue ser “redondo”: abrirse en la boca de quien lo presencia, inundarle de sabores y olores, de colores, de sensaciones. Dejar un gusto en el paladar que se transforma en un recuerdo, en una experiencia. Es de aplaudir un trabajo confeccionado como una perla. Un caramelo de diferentes sabores que pueden degustar tanto niñas y niños como quienes ya no lo somos.

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