Nuevos pobladores
Cada día que enciendo la caja mágica me encuentro con los nombres de unos cuantos sinvergüenzas más y me restriego los ojos con la sensación de que estoy inoculado. Me refiero a esos que revolotean por nuestros pueblos con plumaje de seda desplumando a todo el que se cruza en su camino o en cualquier sucursal de los bancos españoles (de las que son amos y señores, diría feudales, pero ese es un calificativo demasiado benévolo para estos sátrapas). Pueden dar buena fe de ello los preferentistas y demás individuos sin casta, vaya con la palabrita, vamos, como tú y como yo, que confiaron en ellos sin más explicaciones nada extraño en un país que se decía democrático.
La RAE define la nombrada sinvergonzonería como Persona que comete actos ilegales en provecho propio, o que incurre en inmoralidades, vamos, que ni pintado para reflejar las cualidades de estos pobladores de colmillo blanco, como paloma de la paz aceptando sobornos, o, mejor, como gaviota carroñera. También hace referencia al adjetivo pícaro en su primera acepción, pero la picaresca es otra cosa, quizá es la única opción que le queda al español medio-bajo de subsistir, trabajando el doble de lo que dice su contrato, ingeniándoselas cada final de mes para pagar la hipoteca o retrasar el desahucio que le pisa los talones, cómo, cómo sea, que los Lázaros de esta época, de buen corazón y ruido de estómago como los que habitaban nuestros Siglos de Oro, se están multiplicando sin que nadie haga nada. Bueno, se oyen tacones lejanos que parecen nuevos sones para la política, aunque ¿Podemos confiar en ellos?, todavía es pronto. Lo que sí es seguro es que una desinfección del virus, aparte de hacerla en los hospitales o en las perreras, es necesaria ya, que está mutando en algo difícil de definir: me viene a la mente la imagen de una rosa putrefacta adherida al cuerpo de una gaviota corrompida en una playa desierta de nuestro sur ni el mejor de los escritores surrealistas se habría atrevido a pensar en ella, qué imagen más horrenda, aparten de mí ese cáliz. Les daremos tiempo, porque dinero van a robar poco, que las arcas están tan menguadas como las alforjas del escudero de la novela. Ahora sí, brillar brillaban, como las dentaduras de esos consejeros de Bankia que niegan lo evidente y nos quieren hacer creer que somos tontos o que nos chupamos el dedo pulgar. Pues señores, tontos no somos, y menos ladrones, que algo de moralidad y decencia queda en esta sociedad que huele a heces de acequia abandonada. Pero bueno, ustedes de eso no entienden, de sobres al albur de una cena que paga el vulgo sí, de paraísos fiscales también, de acabar con los pocos jueces que se atreven a levantar la maza en su contra, un rato largo, pero de moralidades no, que eso no se estudia en la facultad, verdad.
La ética es una parte de la filosofía que se encuentra huérfana de filósofos, una materia olvidada y defenestrada porque su función es la de hacer pensar, tener opinión crítica, y eso es lo que menos interesa en este lodazal de IBEX y primas de riesgo, de buitres bursátiles al acecho de la presa indefensa y tarjetas black que si te he visto, y utilizado, no me acuerdo. Ética es lo que vosotros no tenéis, nunca habéis tenido. Menos mal que la desinfección se producirá, tarde o temprano, y vuestros despojos servirán de abono para los pícaros de este nuestro siglo XXI, como tú y como yo.