Nunca negativo, siempre positivo
Abandonad toda esperanza, salmo 235º
Que diría Van Gaal; para que vean que yo también sé algún chascarrillo futbolístico, y qué mejor momento para airearlo que en estos días en los que la pareja más envidiada del país no son don Felipe y doña Letizia sino Iker Casillas y Sara Carbonero. Y es que las cosas hay que tomárselas con humor: cuando ustedes me lean el mismo viernes en que aparece el periódico, pues estarán deseosos de saber qué es de mi vida por esos mundos de Dios, yo debería estar en Gijón pensando en la próxima columna. Pero este año, por razones que no vienen al caso, me ha sido imposible acudir a la cita; así pues, esta es una columna sobre mi no asistencia a la Semana Negra, y por vez primera y sin que sirva de precedente voy a recomendarles algunos libros de los allí presentados sin ni siquiera haberlos leído. Me permito el lujo porque sus autores o son amigos y conozco de primera mano cómo ven el mundo y la creación literaria, o he leído otras cosas suyas que me han parecido estupendas, o todo a un tiempo.
Este es el caso de Juan Ramón Biedma, del que ya les he hablado y que me parece uno de los más grandes escritores contemporáneos en lengua hispana. Además es uno de los nuestros porque escribe libros de género... aunque siempre con un estilo propio, y tanto es así que quizá algún día le pase como a Kafka y acuñe el adjetivo biedmaniano. Su última obra, El humo en la botella, recupera personajes e ideas de la espléndida El efecto Transilvania para, años después, sumergir de nuevo al lector en una Sevilla esperpéntica y pesadillesca que vuelve a demostrar que su autor, como señaló con acierto Paco Ignacio Taibo II -a la sazón director de la Semana Negra-, es el hijo bastardo de Valle-Inclán y Neil Gaiman.
Otro que recupera personaje es José Luis Muñoz: descubrí a Mike Demon, un agente de seguros propenso a dejarse llevar por los vicios, en Lluvia de níquel, novela que entre otras proezas conseguía resultar trepidante manteniendo buena parte de su acción entre las paredes de un casino de Las Vegas. Ahora, en La frontera sur, Demon comete la osadía de traspasar la frontera llegando a Tijuana; a partir de ahí, Muñoz construye un relato negrísimo poblado de policías corruptos y sicarios sin escrúpulos en un mundo descarnado donde apenas queda lugar para el romanticismo.
Hablando de romanticismo: muchos se quedaron con la boca abierta cuando Mercedes Castro, a la que se suponía autora de un poemario y experta en Rosalía de Castro, debutaba como novelista con la policíaca Y punto. Ahora, lejos de venderse a la literatura generalista de mujeres para mujeres sigue en sus trece -es terca como ella sola, créanme- con Mantis, una puesta al día del mito de la femme fatale con envoltorio de novela gastronómica. Si usted es de los que piensa que Como agua para chocolate es una cursilada, esta es su novela.
Tres autores y tres libros de los cientos que habrán pasado por Gijón, y de los que daré buena cuenta durante estas vacaciones de verano. Así echaré menos en falta el no haber ido; y es que la patria de los lectores no está en las calles de ciudad alguna ni tampoco en el campo donde la selección holandesa mordió el polvo; está en las páginas de los libros leídos.
El humo en la botella, La frontera sur y Mantis están editados por Salto de Página, Almuzara y Alfaguara respectivamente.