Literatura

«Nunca volvió» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)

Dos años después seguía recorriendo en lo más profundo de mi ser ese sentimiento blanco y puro que lo llenaba todo. Volví a escribir una carta más, sin destinatario y sin remitente. Un folio en blanco y un sobre amarillento. Las palabras fluían como las emociones que me invadían, a borbotones. Apagué la luz y logré conciliar el sueño pocos minutos más tarde.
Al despertar mi almohada se encontraba sudada, en pleno mes de febrero y sin calefacción en casa era algo insólito. Pensé que debía tener fiebre pero el termómetro marcaba los 36 grados habituales en una persona. No le di más importancia y comenzó mi día como otro cualquiera, en soledad, atrapado entre esas 4 paredes.

Miré sobre la mesita de noche y allí estaba ella. Inmóvil. Blanca y pura. Aliñada por unas líneas sinceras, escritas a corazón abierto. Unas líneas tintadas en negro pero que bien podrían haber sido escritas con el rojo de mi sangre. La doblé, la metí en el sobre y la guardé junto a otras 724 cartas más que cada noche escribía desde su ausencia.

Sí, se fue. Se marchó. Dejó huérfanos todos y cada uno de los sentimientos que emanaban en nosotros. Pasión, ternura, amor, confianza, compromiso quedaron vacíos, sin el eslabón que me unían a ellos. Sin sentido. Así encontraba ahora mi vida, sin un rumbo fijo, perdida, ausente, apagada. Esa conexión que nos mantiene enamorados de la vida se había cortocircuitado.

A menudo solía recordar aquellos despertares llenos de luz incluso cuando en invierno el cielo amanecía cubierto por un espeso manto de nubes. Recordaba el aroma de su piel, el color infinito de su mirada, cada detalle de su rostro. Su sonrisa eterna, incluso en el peor de lo momentos, me hacía ver de color cuando el panorama pintaba muy negro. Es y será siempre única. Perdurará para siempre en mi memoria, en mi piel, en mi alma.

Todavía, mirando al espejo, se refleja en él su perfume. En cada rincón de esta habitación se respira su risa, se escuchan sus palabras sabias, sus consejos, incluso sus susurros en nuestros momentos más íntimos.

Bajo aquellas sábanas hemos trazado con nuestras manos sendas sobre nuestros cuerpos dándole forma de sexo a este amor eterno. Nuestra pasión se descontrolaba a cada beso, a cada caricia… todo sin mesura alguna, pero bello, muy bello.

Sobre aquella cama compartimos diálogos infinitos. Nos acostábamos cada noche sin saber qué tipo de aventura nos iba a deparar el sueño.

Pero el sueño acabó. Acabó una mañana en la que desperté vacío, solo, sin ella. Había decidido abandonarme en el momento más inadecuado, cuando más la necesitaba. Pero voló y fue su decisión. No hay ni habrá nada que me duela más, pero desde lo más profundo de mi ser respetaré siempre su voluntad. La amo. Y con ello debo vivir. Por mi bien debo superarlo aunque le ame eternamente.

Ring, ring, ring… Sonó el teléfono. Descolgué. Era ella. Regresó. Nada volvió a ser como antes.

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