Cultura

O cómo ignorar el inevitable naufragio

Por más que hablo aquí o allá con unas y otros, aquello del Teatro parece concluso en inevitable naufragio. Lo que han ido anunciando los últimos fuegos artificiales en nuestra Comunidad Autónoma: Terra Mítica, Ciudad de la Luz, Circuito de F1, Visitas religiosas o de otro orden, Ciudades de Artes, Ciencias y demás, Muestra de Autor@s Español@s Contemporáne@s (pero sin @), han ido suponiendo el fin de los cultivos culturales de nuestras tierras. No es que hace unos años todo estuviera mejor –quizás, tal vez, hace ya demasiados años– pero al menos no estaba tan hundido, tan asolado y sembrado de sal como se encuentra ahora.
La esperanza de vida para cualquier iniciativa teatral es ahora irrisoria. Porque la violencia del mal infringido en nuestra tierra hace inocuas las ayudas y aportaciones que se puedan recibir desde el exterior. El virus se ha hecho fuerte y parece que ya nada ni nadie puede hacerle frente. La muerte del Circuito Teatral Valenciano ha dejado sin relevo generacional a unas compañías teatrales que tampoco en los mejores tiempos lo han permitido. Unas compañías que, con honrosas excepciones, tampoco han podido o sabido ni triunfar fuera ni dar espacio o alternativa al resto. Unas compañías reivindicadoras de su profesionalidad (sí, pero más empresarial que artística) que al amparo de las querencias políticas y el elitismo prefirieron agarrar la bolsa antes que empujar el Teatro.

Pero no culpemos sólo a la ineludible avaricia, estulticia, o mediocridad humanas. Miremos, como en la presente crisis, donde miran quienes gritan en el 15M. Miremos hacia quienes no han sabido, no han querido, no se han preocupado por llevarnos al abismo. Miremos hacia la Gestión Cultural de nuestras provincias y municipios: Consell@s, Diputad@s, Concejalías, programador@s. Personas a las que hemos concedido un puesto de trabajo, hemos delegado un empeño que no han sabido, podido, querido acometer. Personas que han dejado que el barco encallara por ignorancia, comodidad o intereses insospechados.

Sí. Aceptemos cada cual su parte de culpa. Pero cada cual. Sin que falte nadie. Y que cada cual cargue con el castigo correspondiente a su culpa. Porque al final, como siempre, quienes sufrimos y sufriremos las consecuencias seremos, como siempre, quienes menos culpa tenemos. Pero al final, como siempre, quienes tendremos que volver a levantar todo aquello que se ha caído (o que se ha dejado caer) deberemos no sólo lamentarnos por lo perdido, no sólo volver a reconstruirlo, sino exigir las responsabilidades a quienes hemos encargado la misión de mantenerlo vivo.

Hoy hablo de teatro, pero bien sabéis de cuántas cosas podíamos estar hablando. La cultura es parte de nuestra vida y es simiente del futuro. Y apenas os hacen falta, queridas personas, unos minutos para percibir en la última década cuánto en nuestra ciudad hemos perdido.

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