O quién oculta unas monedas porque las ha robado a alguien más débil
Hay personas que desde pequeñas muestran grandes cualidades para determinadas actividades, como el arte o el deporte o la poesía o las relaciones públicas. Yo me di cuenta muy pronto de que tenía una extraña cualidad que los demás no parecían poseer. Cuando miraba a alguien, una procesión de cifras que no entendía recorría mi mente de manera enloquecida. Fue a los diez u once años que empecé a comprender de qué iba el asunto.
A esa edad una va sabiendo ya cómo funcionan los entresijos sociales y la vida menos aparente de cada compañero, y conoce quién lleva mucho dinero para gastar en chucherías porque sus padres son consentidores o quién tiene lo justo para el almuerzo o quién oculta con recelo unas monedas porque las ha robado a alguien más débil. Bien, pues todo eso yo lo veía en los números que aparecían en mi mente al mirar a mis compañeros. Rápidamente comprendí que los números que yo veía cuando miraba a los adultos también tenían que ver con el mismo fenómeno. [Acaricia, sentada en su inmenso sillón rojo de piel, al dogo alemán que hay a su lado.] Sí, resulta que yo era (soy) capaz de ver el estado financiero de las personas, así, nítidamente, con solo mirarlas. Y no era necesario que fuera en directo. Podía ser a través de la televisión o viendo una fotografía o incluso solamente oyendo una voz. Necesité los mejores años de mi juventud para dominar completamente mi habilidad. Estudié contabilidad, economía y en general todos los procesos que tienen que ver con el dinero para poder interpretar convenientemente las variadas operaciones que mi mente visualizaba. Después de unos años, y ya en plena posesión de mis facultades, digámoslo así, psicofinancieras, era capaz de saber de dónde venía cada cantidad de dinero, si se había unido a otra por el camino y si había dejado pequeñas partes a terceros, si era legal o de actividades oscuras (se sorprendería cuántos millones), dónde estaba físicamente y dónde ficticiamente, y las motivaciones vanidosas o inconfesables de la mayoría de las transacciones, y finalmente llegué a la conclusión, por vía del conocimiento absoluto de esa realidad, de que la suma de todas las acciones humanas que tenían que ver con el dinero era un verdadero caos. Una especie de dibujo en tres dimensiones parecido a esos que se ven del riego sanguíneo de una persona, pero que en vez de mantener una forma estable aunque compleja, se estuviera convirtiendo rápida y delirantemente en el dibujo del riego sanguíneo de un elefante, y enseguida en el de una ballena, y a los pocos segundos en el de un alienígena monstruoso, y así sucesivamente sin parecer tener fin. [Le da al dogo alemán el chuletón crudo que hay en un plato.] Nunca me he casado, lo que no me ha impedido montar unos cuantos fondos de inversión debidamente silenciosos y discretos. En realidad, la vida humana en la tierra me parece malvada y me produce una profunda tristeza, pero qué otra cosa podía hacer. [El dogo mordisquea con parsimonia el chuletón.] Y olvídese de todos esos supuestos expertos y economistas encorsetados que dicen saber de qué hablan cuando hablan de dinero y de que pueden controlar la situación y salvar a la humanidad. Ninguno tiene ni la más puñetera idea. Este es, simple y lamentablemente, el río revuelto más grande que jamás ha existido.