¡Ostras, Pedrín!
Abandonad toda esperanza, salmo 258º
Eso, o algo mucho peor, han exclamado algunos aficionados que presas de un ataque de nostalgia han acudido raudos al quiosco para hacerse con la primera entrega del nuevo coleccionable Roberto Alcázar y Pedrín, y se han quedado de piedra al abrir sus páginas y descubrir el lavado de cara al que han sometido a nuestra historieta más longeva, que parieron el guionista Juan Bautista Puerto y el dibujante Eduardo Vañó en 1940 y que se publicó ininterrumpidamente durante la friolera de treinta y cinco años. Ahora una editorial temerosa de que los nuevos lectores no acepten el blanco y negro o el color demacrado de épocas pretéritas ha sometido las planchas originales a un coloreado informático que ríete tú de lo que hizo Ted Turner con algunos clásicos incontestables del cine norteamericano: una violación grupal en toda regla.
Menos mal que todavía quedan editores que confían en la pervivencia de nuestro legado cultural tal y como fue concebido, como Hernán Migoya (para que vean, el supuesto enfant terrible de nuestras letras es uno de los que más respeta a sus mayores), que ha recuperado El teniente negro, una explotación descarada de los más populares El Zorro y El Coyote (este último, ya una versión castiza del anterior firmada por el gran José Mallorquí) que todavía se lee con agrado. El mérito, más que de un ajustado José Grau a los lápices, es del guionista Silver Kane... que, como recordarán, no es otro que el hoy galardonado con varios premios, entre ellos el suculento Planeta, Francisco González Ledesma. Nombre clave de nuestra novela policíaca y memoria viva de la España del siglo XX -podría trabajar perfectamente como guionista de Cuéntame para TVE-, Ledesma escribió cientos de novelitas de quiosco del oeste, y también algunos tebeos como este divertimento que se desarrolla en la Guerra Civil norteamericana y que en el último tercio da un giro brutal hacia el horror gótico que deja al (agradecido) lector con un palmo de narices.
La sombra de Silver Kane es una de las que planean a lo largo de Los viejos papeles, novela con la que el especialista en cultura popular David G. Panadero debuta en el ámbito de la ficción. No obstante, según declaraciones del autor, es el novelista de culto Carlos Pérez Merinero quien parece esconderse detrás del huraño escritor en el que el protagonista del relato, trasunto del propio Panadero, encuentra la clave para desentrañar un misterio de su pasado. Una novela nostálgica de esas (pocas) que se leen de una sentada, adecuadamente editada en formato de bolsillo (pero de verdad, de las que caben en cualquier bolsillo de cualquier chaqueta), de manos de un autor destinado a ofrecernos todavía gratas sorpresas en el territorio de la invención.
Y si después de leer estos títulos todavía se han quedado con ganas de más cabeceras de quiosco, échenle un vistazo a Tragados por el abismo, monumental recorrido del historiador Pedro Porcel por la tradición del tebeo de aventuras en España. Ya predije en su día que El arte de volar ganaría el Premio Nacional de Historieta; pues de existir un galardón similar para la divulgación de la historia del noveno arte patrio, les aseguro que iría a parar a Porcel. Pero no nos quejemos, que con las migajas que nos han dejado a los aficionados a la cultura popular, cómics incluidos, ya tenemos bastante por ahora.
El teniente negro, Los viejos papeles y Tragados por el abismo están editados por Glénat, NGCFicción! y De Ponent respectivamente.