Estación de Cercanías

Otro más

Esta semana quiero arrimar el hombro en la medida de lo posible para apoyar desde esta ventana a la difícil cruzada que contra la droga, y más concretamente contra su venta y lo que arrastra ésta tras de sí, ha emprendido la Federación de asociaciones vecinales en colaboración con el Ayuntamiento al reclamo de ayuda solicitada por la asociación de vecinos del Rabal allá por el mes de octubre.
El pasado viernes, en la ermita de San Antón, mi firma quedó plasmada en una de las hojas que el presidente de la federación y vecinos implicados mostraban para conocimiento de todos, porque tod@s somos o seremos afectados por alguno de los tentáculos que circundan esta cabeza sin ojos que vean los daños irreparables que en muchos casos genera su consumo, ni oídos que escuchen los postreros lamentos de aquellos que, encandilados por sus efectos, han caído en sus redes arruinando su vida económica, salubre y emocionalmente, y también la de aquellos que los circundan.

Leyendo las peticiones que en dicho folio se anotan, salta al momento la pregunta que ya he escuchado en dos ocasiones, y que yo misma me hice al recibir la hoja de firmas: ¿por qué tengo que firmar para que los Ministerios implicados, la subdelegación del Gobierno y el Ayuntamiento actúen como es su cometido y deber sin necesidad de que tengamos que firmar para ello? ¿Acaso no estamos hablando de un comercio ilegal con unas sustancias ilegales? Y claro, ante estos certeros comentarios que ponen de relieve el verdadero problema que denuncia la acción, me quedó, para conseguir la rúbrica, invocar al deber ciudadano de apoyar este tipo de movimientos, que no dejan de ser por el bien común, y afirmar para mis adentros que la cosa tiene bemoles.

Pero visto desde abajo cambia la perspectiva, porque si esta campaña señala directamente a l@s traficantes que campan a sus anchas enriqueciéndose con este negocio redondo que nada debe al fisco ni a la Hacienda pública, que nada sabe de IVA, ni Retenciones, ni de Seguros Sociales, ni de Impuestos de Sociedades, que siempre pagamos los mismos, y que mantiene con unos considerables sueldos a sus empleados obteniendo un 100% de beneficio bruto en B, para que luego seamos el resto de los contribuyentes los que solventemos sus problemas de salud y paguemos sus recibos de agua y luz cuando se acogen a una situación de marginalidad que se juzga por sus apariencias y sus cuentas oficiales.

También apunta directamente a la cara de las administraciones y de unas leyes que se manifiestan incapaces de amputar dichos tentáculos, que vuelven a crecer alimentados por el conductual consumo que esta sociedad ha creado en torno a ella y que se adhiere cada vez con mayor ahínco en nuestros actos sean cuales sean sus manifestaciones lúdicas, y no tan lúdicas, que recorre un amplio margen de edades y posiciones sociales y que está presente en toda reunión que se precie.

Hoy, mientras cierro esta columna, leo la muerte de un joven heroinómano de 28 años, y veo el drama de sus familiares y el lamentable lugar de su muerte, una muerte más que se suma a la larga lista que la cocaína, la heroína, las anfetaminas o el éxtasis, entre otros, dejan tras de sí. Sumemos esfuerzos para erradicar su venta porque es ilícita, pero también apoyemos las iniciativas con información que prevenga el consumo de algunas de estas sustancias, que son puro veneno, porque sin compra no hay venta. Y si a sabiendas de esto algunos se empeñan en seguir amándola, no sería tan descabellado ir pensando en sacar de su comercialización ingresos legales que compensen sus gastos.

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