Papagayos
Estoy hasta las pelotas de escuchar a ciudadanos, de cualquier edad y condición, todo tipo de comentarios racistas; incluso a algunos que van de superguais pero que tienen en común con los de la caverna de toda la vida una memoria de pez y un desprecio absoluto hacia todo lo que desconocen.
¿Por qué hasta las pelotas? Porque podría estar harto, cansado, hasta las narices, pero son tantas las veces que he estado harto, cansado, hasta las narices
es tan agotador estar siempre frenando, ser paciente y tolerante con estos absolutos obcecados, que hoy estoy así.
¿Por qué digo que tienen memoria de pez? Porque los herederos de aquél país que sufrió una guerra civil, a cuyo fin los derrotados tuvieron que exiliarse y buscar refugio en otros lares, ahora miran con desconfianza a las personas que atraviesan territorios en guerra o en manos de bandas armadas con sus hijos en brazos, con sus mujeres enfermas, con su casa en una maleta, para terminar atravesando un mar que los devora tantas veces.
¿Por qué digo que desprecian todo lo que desconocen? Porque, indudablemente, no han querido o sabido informarse de las razones por las que esas personas se lo juegan todo a una carta cuando sus posibilidades son continuar en su tierra y morir bajo el fuego enemigo o el amigo, en uno de los numerosos atentados terroristas que sufren a diario, o de hambre. Porque, evidentemente, ignoran los niveles de bienestar conseguidos en esas naciones de las que huye la gente, antes de que las potencias occidentales diesen otra vuelta de tuerca en las dos últimas guerras de Irak y en lo que vino a llamarse La Primavera Árabe, que no fue otra cosa que la injerencia de esas mismas potencias para derrocar regímenes, que habían apoyado hasta cinco minutos antes, con el fin de desestabilizar la zona para continuar controlando la producción de petróleo. (En otros países de África se aseguran la explotación, a bajo precio, de valiosas materias primas sosteniendo a gobiernos corruptos asesinos de sus pueblos o a los llamados señores de la guerra).
Por eso huye la gente de esos lugares; porque hay guerras o situaciones continuadas de terror que han destruido sus casas, sus hospitales, sus colegios; que han matado a sus esposas, a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos y esas conflictos se libran con armas occidentales que los gobiernos democráticos les venden para recaudar el dinero que necesitan para comprar petróleo. ¿Es que no os dais cuenta? ¿Es un esfuerzo tan hercúleo pensar en estas cosas? ¿Podéis poneros, por un momento, en la piel del que huye?
Es más fácil escuchar las cuatro consignas del odio y repetirlas como papagayos que admitir que lo de nacer en un punto del globo terráqueo es una jodida casualidad que puede convertirte en paria o en ciudadano libre. Que ver la luz en una familia católica, ortodoxa, budista o musulmana es una chamba que, en su momento, te llevará a afirmar que tu dios es el único verdadero, a sospechar del que dice lo contrario y a anatemizar a los que pensamos que si todos dicen que el suyo es el verdadero posiblemente sea porque todos son falsos.
Algunos de los que me inducen a esta sensación de hartazgo, afirman entender las razones por las que se produce esta diáspora ¡¡PERO!!! exigen a los moros respeto a las normas del país en el que viven (¿recordáis el a donde fueres haz lo que vieres de ese viejo refranero español que tiene una sentencia irrefutable para cada cuestión y otra contraria, igualmente irrefutable para la misma cosa?, ¿recordáis esa sucesión de afirmaciones castrantes del pensamiento libre? ¿Qué coño quieren decir con lo de las normas?, ¿que han de vivir y regirse por las leyes en vigor? ¿Que si matan, si roban, si son corruptos o corruptores, si violan niños o mujeres la justicia les debe perseguir y castigar?... Pues naturalmente, como a todo el mundo. Porque, digo yo, que no querrán decir que tienen que vestirse como ellos, o bailar los mismos bailes populares, o asistir a las mismas procesiones de semana santa, o a los espectáculos taurinos, o comer carne de cerdo dos días a la semana, o cambiarse el nombre por otro más pronunciable en castellano.
¿Qué queréis decir con eso de que no respetan las normas del sito en dónde viven? ¿Y vosotros, las respetáis? ¿Cotizáis todo vuestro salario, pagáis todos los impuestos, respetáis a vuestros mayores, respetáis a vuestras mujeres, conducís con prudencia, amáis a vuestros semejantes, mantenéis limpias vuestras ciudades, ayudáis a quien lo necesita?
Conforme voy escribiendo estas palabras me encamino de nuevo hacia la calma y busco la forma de cerrar el artículo. Salgo un momento para despejarme y aprovecho para hacer unas compras en el comercio de la esquina. Allí escucho y digo algunas frases a las que obliga la cortesía hasta que un tipo ladra que mira la que han liado los moros, y es que había que cortarles el cuello a todos. Sin mediar palabra lo agarro por el brazo y lo llevo frente al portal de una casa en donde vive una familia musulmana, padre, madre, dos niños y una niña; ya puedes empezar por aquí mismo, le digo
y me largo para mi casa deseando no encontrarme con la niña pija que me dirá que los moros reciben todas las pensiones de España mientras que los cristianos pasan hambre y que los moros son los primeros que entran en las consultas médicas, aunque no lleven número, mientras que los españoles se mueren en la puerta del médico esperando ser recibidos o alguna otra gilipollez más de las que corren por las redes esparciendo las mentiras que después repetirán los odiosos papagayos.