Paradojas del sistema
Abandonad toda esperanza, salmo 130º
Hasta hace bien poco (o sea, antes de Internet), cuando los enemigos a combatir eran la tele, el vídeo y el DVD, la industria del cine se hallaba en continua búsqueda de nuevos recursos para atraer al público, y una de sus medidas fue recurrir a directores del ámbito del videoclip para que trasladaran el atractivo acabado formal y el montaje trepidante definitorios de estas pequeñas películas a largometrajes que los mostrarían en todo su esplendor en la gran pantalla.
Entre estos realizadores se encuentra el francés Michel Gondry, que después de filmar vídeos para Björk, Radiohead o The White Stripes ha dirigido hasta el momento cuatro largos con desigual fortuna: sus trabajos más interesantes siguen siendo Human Nature y ¡Olvídate de mí!, en las que colaboró con el inclasificable guionista Charlie Kaufman; pero las posteriores La ciencia del sueño y Rebobine, por favor hacen pensar que quizá su autor ha sido entronado demasiado pronto.
La última, de reciente estreno, parece dejar entrever a pesar de su indudable atractivo una renuncia a su (supuesta) rebeldía incontestable y una domesticación a algunos postulados del cine hollywoodiense: su interesante premisa -las cintas de un videoclub son borradas accidentalmente y los responsables deciden volver a filmarlas a su particular manera- no consigue disimular un problema de raíz: que el desarrollo de la trama, con la realización por parte del vecindario de una película que demuestre que el músico de jazz Fats Waller nació donde ahora se ubica ese último reducto del formato analógico frente al pujante mercado digital para salvarlo, deja ver un conservadurismo al que no habría hecho ascos el mismo Frank Capra. Finalmente, solo cierto poso de amargura que destila el desenlace salva a Gondry de rendirse incondicionalmente al sistema que quiere criticar.
Paradójicamente, ocurre todo lo contrario con James Gray, el autor de Little Odessa y La otra cara del crimen, que pese a que su cine no aporta nada nuevo ni pretende epatar a nadie se ha convertido en un cineasta a seguir con atención, pues ofrece una visión del mundo ejecutada con mano férrea a partir de guiones sin fisuras y actores de innegable carisma.
Nieto de emigrantes rusos, Gray ha construido una radiografía del crimen organizado en Brooklyn que ahora se amplía con la espléndida La noche es nuestra: a partir del enfrentamiento entre dos hermanos, uno policía de antidrogas y otro encargado de un local nocturno, el primero orgulloso de la tradición familiar y el otro que reniega de su apellido extranjero y usa el anglosajón de su madre, el film ofrece un aséptico retrato de una familia disfuncional lejos del virtuosismo formal de Brian de Palma o la ostentosa verborrea de Quentin Tarantino.
De este modo un director al parecer tan a contracorriente como Michel Gondry, que reniega en cierta medida de la alta cultura francesa que desprecia su herencia pop, empieza a mostrar síntomas de rendición; en cambio, otro tan ortodoxo y mimético como James Gray se resiste al empuje del sistema y permanece fiel a sus convicciones morales y estéticas... y también a sus raíces. Así están las cosas en el paradójico cine contemporáneo.
Rebobine, por favor y La noche es nuestra se proyectan en cines de toda España.