Parecemos un gran bodegón con nuestras bolsitas de doce uvas en una de las manos
Falta un minuto para las doce de la noche. Todos los amigos, cinco parejas jóvenes, estamos frente al enorme televisor LCD, en el que un dúo de presentadores forzadamente animados bromea con la repetitiva monserga de cómo reconocer sin error las inminentes campanadas.
De nuestro grupo, tres están sentados en el sofá, dos más se encuentran sentados informalmente en la alfombra a los pies del televisor, otros dos están sentados en sendos sillones individuales, y los tres restantes estamos plantados detrás de todos. El ventanal que da al balcón del salón filtra un suave resplandor de luces navideñas. Desde un rincón que está detrás de nosotros un aparato musical sigue emitiendo un villancico a un volumen poco agresivo. Esta composición tiene algo de gran bodegón, con nuestras bolsitas de doce uvas sostenidas en una de las manos en forzada postura de espera. [Primera campanada.] Me como una uva con el desdén humorístico de siempre. [Segunda campanada.] A mi izquierda un amigo hace el gesto afectado de comerse aristocráticamente una uva. [Tercera campanada.] La amiga que está en el centro del sofá se deja caer lateralmente sobre la amiga que está a su izquierda con tierna complicidad. [Cuarta campanada.] La amiga sobre la alfombra intenta decir algo con las uvas en la boca y le sale un ladrido incomprensible. [Quinta campanada.] El amigo que está a su lado le contesta con otro ladrido igual de incomprensible pero que parece dar a entender que le da la razón. [Sexta campanada.] El amigo en uno de los sillones se pone a contar sus uvas súbitamente preocupado por si ha perdido el ritmo sincronizado de consumo. [Séptima campanada.] La amiga sentada en la derecha del sofá se deja caer lateralmente sobre las otras dos provocando una pequeña e inocente disputa de choques laterales. [Octava campanada.] La amiga en el otro sillón lleva claramente un retraso de ingesta de uvas y hace gestos de abandonar la carrera. [Novena campanada.] Yo miro mis uvas y decido coger la más pequeña de las tres que me quedan. [Décima campanada.] El amigo que está en el sillón sigue recontando las uvas como si aún pudiera reajustar el desfase de consumo. [Undécima campanada.] El amigo plantado a mi derecha simula un peligroso atasco de uvas en su garganta. Pasa un segundo denso como una sopa de brea. La duodécima campanada debería estar sonando, debería haber sonado ya, pero un silencio áspero ha sustituido a la lógica explosión de alegría subsiguiente. Los presentadores en el televisor se miran con un espanto mal disimulado. Todas las músicas han cesado y las luces navideñas parecen estar perdiendo energía. Cambio de canales y en todos se repite la escena. Las cámaras enfocan a las plazas de todas las ciudades y captan multitudes como zombis perplejos. Salimos al balcón y contemplamos una ciudad sumida en un inhóspito tiempo detenido. De otros balcones y ventanas surgen personas con una creciente expresión de pánico. Las imágenes de plazas con multitudes tensas y espantadas son sustituidas sin previo aviso en el televisor por la imagen del portavoz del gobierno. Gotas de sudor le emergen de las sienes. Mira a la cámara con angustia y dice, y no es fácil saber si está fingiendo que finge no saber lo que pasa, que el gobierno no tiene nada que ver, que se están tomando medidas, y que ahora todo el mundo debe irse inmediatamente a su casa y cerrar bien las puertas y tener fe y rezar para que los expertos sobre el terreno encuentren pronto alguna solución; o si no...