Cultura

Pasados los exámenes

Han finalizados los Juegos de Beijing y nuevamente hemos comprobado el estado de nuestras fuerzas físicas (atléticas y deportivas de nuestro país). También hemos constatado en primera persona que los intereses monetarios están por encima de la Verdad, de la Armonía y de la Libertad; que tales intereses –comunes, compartidos y en beneficio de todos, dirán– no limpian la vergüenza que ha supuesto para tantas personas en tantos y tan repartidos puntos del globo, conceder la celebración de los Juegos a un país como China; queda claro que no lo digo por sus parajes o clima, sino por lo que sabemos acerca del valor que allí dan a la vida, la libertad y los derechos de las personas–.
España ha pasado los exámenes. No diré con qué nota. No sabría decirles. Y ahora sólo nos queda recoger los trastos y tomarnos un tiempo para guardar nuestros mejores recuerdos del evento (hay gente como mi cuñado Miguel que además de recuerdos y sensaciones, actualiza su memoria con nombres, medalleros y mejores marcas, pero son los menos).

Yo me quedo con algunas cosillas, de profano, que con suerte recordaré dentro de cuatro años. Entre ellas la final de baloncesto. Las apuestas apuntaban a que no vería el partido, pero sí lo vi. No entero, ¡empezaba a las 8:30 h. del domingo!, pero sí los últimos cuartos. Si me ciño a la verdad diré que no fui yo quien hizo fuerza para verlo: la noche anterior fue larga; fue mi hijo quien se empeñó en ver el partido, al menos así lo supuse al ver su insistencia por salir de la cuna de buena mañana. Mereció la pena: no ganó España pero sí destacó y demostró. También recordaré a Nadal. El tenista ya tiene plaza en mi Olimpo particular; allí si deseara ir estará tranquilo: en mi breve interés deportivo apenas he obsequiado unas pocas parcelas, la del manocorí linda con la de Indurain y la de Abel Antón. De vuelta a la realidad –suelo que piso, intereses que pago– despiertan mi curiosidad las demandas que los y las medallistas trasladan a los medios. Las reivindicaciones surgen desde las medallas pertenecientes a disciplinas con… poco tirón mediático. Y sus proclamas buscan dirigir las miradas hacia la falta de ayudas dirigidas a quienes todavía no han conseguido tener un nombre en alguna categoría. Me interesaron estas voces porque me recordaron que es necesario insistir en que nada surge de la nada. Basta con haber visto –o sufrido– los grotescos esfuerzos que los concursantes de programas de aleccionamiento (OT, Fama, Mira quién…) para imaginar en el extremo superior de la escala la disciplina, el esfuerzo y la dedicación que exige el deseo de ser el mejor.

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