Películas con cojones
Abandonad toda esperanza, salmo 452º
Si tuviera que elegir una favorita para los próximos Oscar, muy por encima de las ya recomendadas La teoría del todo, The Imitation Game e incluso la estupenda Whiplash, me quedaría sin asomo de duda con Foxcatcher. Pero a pesar de haber sido tenida en cuenta en varias candidaturas, paradójicamente la han dejado fuera de la de Mejor Película del Año en beneficio de otros títulos al parecer menos considerados como Selma. El que sí tiene posibilidades -pocas, para qué engañarnos- es su director, Bennett Miller, que después de verse recompensado con el galardón a la mejor dirección en Cannes ha sido nominado a la estatuilla dorada en detrimento de otros realizadores (entre ellos, el mismísimo Clint Eastwood). Desde luego, no me parecería nada mal que la ganara, pues la suya es una labor espléndida, al frente de un relato delicado y brutal al mismo tiempo, y con el que culmina con éxito tres propósitos de gran mérito: primero, mantener el interés del espectador durante más de dos horas cuando a poco que se sepa algo del caso real en el que se basa la película su desenlace es más que conocido; el segundo, y tal y como sucedía con el béisbol en su anterior y magnífica Moneyball, que sigamos la historia sin mayor problema a pesar de no tener ni pajolera idea de lucha libre, deporte que practican sus protagonistas; y finalmente, ya que hablamos de estos, conseguir que dos de ellos trasciendan la imagen pública que se ha creado a su alrededor y, lejos de cualquier encasillamiento, ofrezcan un trabajo repleto de matices más allá de las prótesis de maquillaje: Steve Carell, obviando las comedias que le han hecho famoso, encarna a un individuo bajo cuya apariencia tranquila y poco expresiva late una furia incontrolable; lo mismo puede decirse de Channing Tatum, alejado aquí de su rol habitual de chico guapo y/o héroe de acción; en cuanto al tercero en discordia, Mark Ruffalo, poco que añadir dado que ha demostrado su versatilidad en más ocasiones de las que cabe señalar aquí. Eso sí: si sus compañeros son oscarizables, Tatum debe de estar dándose bofetadas y cabezazos contra la pared, tal y como hace su personaje en la ficción, ante la enorme injusticia que supone haber quedado fuera de la competición.
A pesar de su estupenda labor, no creo que Carell gane el Oscar. Más fácil lo tienen Benedict Cumberbatch y Eddie Redmayne por encarnar respectivamente a Alan Touring y Stephen Hawking, personajes reales mucho más positivos y reconfortantes que el inquietante John du Pont. Pero la gran sorpresa de la noche podría darla Michael Keaton, recuperado por Alejandro G. Iñárritu como ni siquiera el experto repo man Quentin Tarantino había logrado hacerlo en Jackie Brown. Con su Birdman, el mexicano ofrece a Keaton la posibilidad de regresar por la puerta grande con el único rol de los nominados que no se inspira en una persona real... más allá de sí mismo: el actor encarna a una ex estrella del primer cine de superhéroes de los años 90 -el (auto)homenaje vía el Batman de Tim Burton es obvio-, que llegado el declive físico y profesional pretende ser considerado por la crítica como un artista de primera fila adaptando, dirigiendo y protagonizando en Broadway la adaptación teatral del cuento de Raymond Carver "De qué hablamos cuando hablamos de amor". Esta idea, que más allá de la gracia metarreferencial se revela tan poco novedosa que resulta casi banal, se nos presenta con un envoltorio deslumbrante: Iñárritu se aleja de la deconstrucción temporal de Amores perros, 21 gramos y Babel y rebaja la solemnidad de aquellas con unas notas de humor, pero sigue apostando por jugar con las convenciones de la narrativa clásica desde una perspectiva postmoderna, construyendo su film como dos planos-secuencia, el primero de más de hora y media de duración; dos planos-secuencia falsos en la medida en que sí parecen ser un plano único sin cortes pero no una misma secuencia, saltándose a la torera la unidad de espacio e incluso la de tiempo. Por si esta osadía formal fuese poco atractivo por sí sola, ofrece a todos y cada uno de sus intérpretes la posibilidad de lucirse como pocas veces han podido hacerlo, con especial mención a los también nominados Edward Norton y Emma Stone. No obstante, es Keaton el indiscutible rey de la función (nunca mejor dicho), y quien tiene más números para coronarse como uno de los ganadores de la noche.
Quien no ha tenido tanta suerte ha sido Jake Gyllenhaal, aunque a priori todos le auguraban una nominación segura por su papel en Nightcrawler. Nada sorprendente, dado que el que fuera el siniestro adolescente de Donnie Darko ha madurado pasando por sus papeles de Zodiac, Prisioneros o Enemy hasta culminar en el del reportero autodidacta que representa lo más rastrero de la especie humana en este debut en la dirección del guionista Dan Gilroy. El protagonista, un psicópata que no asesina a nadie -al menos, no literalmente- porque ha preferido empuñar una cámara de vídeo en lugar de un arma de fuego, remite tanto al Travis Bickle de Taxi Driver como, si me apuran, al Mark Lewis de El fotógrafo del pánico, y no son malos referentes precisamente. Película tan incómoda como Foxcatcher e incluso más inusual que Birdman, está tan bellamente filmada que no parece dirigida por un novato. Eso sí, el Gilroy director (no así el Gilroy guionista, sí nominado), al igual que Gyllenhaal, tendrá que esperar a otra ocasión para que la Academia de Hollywood le premie. E insisto: a Bennett Miller le va a ocurrir lo mismo, porque como bien decía el citado Tarantino por boca del protagonista de Amor a quemarropa, la última película con cojones que ganó un Oscar de los gordos fue El cazador... en 1978. Y pocas películas hay con más cojones que Nightcrawler o, sobre todo, ese diamante de muchos kilates que es Foxcatcher.
Foxcatcher, Birdman y Nightcrawler se proyectan en cines de toda España.