Peñazo confirmado
Todo llega en esta vida, señora, aunque unas veces le cuesta más que otras. Que si ya de por sí es difícil escribir todas las semanas, cuando uno se encuentra en esa especie de luto llamado 100 días de gracia que, no sé muy bien por qué, se le debe otorgar a todo nuevo gobernante, la cosa se complica mucho más. Afortunadamente, nos han llegado las vacaciones y, a la vuelta de fiestas, se acaba el duelo y comienza la juerga, que anda que no tengo yo ganas.
El caso es que mucho bla-bla-bla pero aún faltaba rellenar esta columna, así que habrá que darle gracias al cielo por servírmela en bandeja vía experimento científico-festero en versión 2.0. Improbablemente, algún lector recordará que el año pasado por estas fechas llevé a cabo un notable ensayo empírico centrado en la vida y milagros del Pasacalles, ese inexplicablemente permitido desfile que consiste en jodernos el sueño a todos los paisanos, nos gusten o no nos gusten las fiestas. Para ello, dispuse de dos cobayas de excepción: mis sobrinos favoritos, Gonzalo y Laura, de cinco y tres años respectivamente y vecinos de Murcia, que estaban pasando unos días de vacaciones en Villena. Como si de un científico loco se tratara, me despertaron los trabucazos entre resacas y toses, y así, recién llegado al mundo, con legañas y todo, me llevé a los peques al balcón para que contemplaran de cerca tan notable muestra de antropología costumbrista mientras yo, como el que no quiere la cosa, observaba y memorizaba sus reacciones. Por ir resumiendo, les diré que la emoción les duró exactamente 43 segundos y medio, tras los cuales comenzaron a aflorar caras de aburrimiento y bostezos, lo que concluyó ipso facto apenas enchufé el DVD y salió a escena Nemo con todos sus amiguitos.
El resultado del experimento era más que obvio pero, como muchos de ustedes saben, carece de toda validez por aquello de la reproducibilidad, es decir, la capacidad de repetir una determinada prueba a fin de concluir que las consecuencias extraídas son universales, requisito indispensable para todo estudio que quiera presumir de pasar el exigente filtro del Método Científico.
Sin embargo, el pasado domingo volvió a suceder lo mismo y, vive Dios, no dejé pasar la oportunidad: Gonzalo y Laura ya tienen 6 y 4 años, y han repetido agosto en Villena; el Pasacalles se ha vuelto a celebrar y, sí, me ha vuelto a despertar. Intenté sacar a los nenes al balcón, a ver si tanta estancia en Villena ha comenzado a modificar sus genes y ¡agua! 43 segundos y medio son toda una eternidad comparado con lo de este año, ya que uno se negó a salir al balcón diciendo algo así como ¡no me gusta! mientras que la otra, directamente, ni tan siquiera se inmutó en el sofá, donde estaba abducida por un televisor apagado a la espera de que su tío el-que-sabe-poner-los-videos se espabilara lo suficiente para acertar con el Play.
La conclusión al estudio es evidente: la única evolución detectada entre 2006 y 2007 es meramente audiovisual, ya que hemos pasado como el que no quiere la cosa de Buscando a Nemo a Ratatouille y Los Simpson: la película. Por lo demás, el Pasacalles era, es y seguirá siendo un peñazo por los siglos de los siglos, y no estaría de más que todos los que ponen el grito en el cielo por el ruido de las motos, políticos incluidos, se pararan a pensar aunque fuera un rato en las molestias que tenemos que soportar toda aquellas personas también somos villeneros que, por culpa de unos cuantos, hemos llegado a aborrecer las fiestas. ¡Y día 4 que me fuera!