Apaga y vámonos

Peores que los chiquillos

Bien sabido es que en esta vida nunca llueve a gusto de todos, y a buen seguro no faltarán razones para quienes se quejan de-lo-que-sea, aunque algunas de estas protestas, por infantiles, no dejan de parecer enternecedoras, como la de ese buen señor que, subrayando la circunstancia de su residencia en la Avenida de los Toreros, ha dejado un comentario en la página de EPdV en la red social Facebook a cuenta del concierto de Dani Martín.
El caballero en cuestión, que por lo visto nunca ha asistido a ningún concierto en La Solana, en el Polideportivo, en el Patio Festero, en el Pabellón Festero, en la Plaza de Santiago o, de un año a esta parte, en el Luciano Arena, se quejaba –muy educadamente, eso sí– de la celebración del concierto de Dani Martín en la plaza de toros al verse “coartada su libertad de descanso, de silencio y de poder ver la televisión a unos niveles de volumen decentes”. Curiosamente, unos días antes, ese mismo señor mostraba en la misma red social su alegría por la reapertura de La Plaza y la celebración en ella de la primera corrida de toros tras su rehabilitación. Se ve que no es mucho de dormir la siesta. Y porque no me apetece indagar mucho, que lo mismo es arcabucero o se dedica a organizar despertás con la directiva de alguna asociación de vecinos…

Aunque hablando de toros y de chiquillos hay un grupo –realmente dos– que me hacen más gracia: las peñas taurinas de Villena, en realidad llamadas Peña Cultural Taurina Villenense y Peña Cultural Taurina “El Callejón” (y conste públicamente que lo de hacerme gracia no es por el uso de la palabra “cultural”). Por lo que se conoce, estas dos agrupaciones de aficionados a los toros, que tanto papel han jugado y juegan en la política local, no han tenido bastante con salirse con la suya y que se les construya una plaza de toros, sino que ya metidos en faena –por pedir que no quede, señora– están empezando a exigir el reconocimiento público a su importante labor. Así de entrada, la primera de ellas ya ha pedido que se ponga en la fachada de la plaza una placa que recuerde por los siglos de los siglos su lucha, como si el dinero de la reconstrucción del edificio, procedente –cuando proceda– de fondos públicos, no fuera tan mío o de cualquier otro hijo de vecino como suyo.

Además, y como auténticos niños, los de una peña están enfadados porque los de la otra peña han sido los encargados de buscar a los trabajadores de la primera corrida, areneros, mulillas, mozos de no-sé-cuántos y demás labores que se realizan en un evento taurino, en el que, además, se les ha impedido estar en el callejón, ¡a ellos!, circunstancia que al parecer les parece intolerable, porque, tal y como vienen reclamando ahora a todo aquel que quiera oírlos, pagaron un abogado hace 6 años para que el tripartito no pudiera cumplir su promesa del centro de ocio.

En cualquier otra circunstancia estas quejas no pasarían de ser una mera anécdota, pero como a estos señores se les ha dado alas –Celia Lledó llegó a afirmar públicamente que “sin la colaboración de las peñas taurinas no existiría como alcaldesa”–, ahora tenemos que aguantar que se crean los reyes del mambo, exijan placas a su nombre y La Plaza albergue en sus bajos un Museo Taurino –por no decir, por ejemplo, una biblioteca pública–. Y es que, señora alcaldesa, el que con niños duerme, mojado amanece.

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